THE MATCH IS ON


Este blog está inspirado en los territorios cinemáticos-comunitarios del boxing “Rocco e i suoi fratelli” (Luchino Visconti, 1960), y pretende dar rienda suelta al espectrum literario-crítico local y global, así como a todas las bestialidades estéticas-artísticas del sujeto moderno, deacuerdo a ciertas prácticas y prescripciones de pelea discursiva como la ironía, el sarcasmo, la parodia y la sátira.


Bievenido Welcome Benvenuti

3 de octubre de 2011

The Baudrillard Project (Fourth Part)



La estrategia de lo real 
La imposibilidad de redescubrir un nivel absoluto de lo real al igual que la imposibilidad de representar la ilusión. Ilusión que ya no es posible, porque lo real ya no es posible. Esta es toda la problemática política de la parodia, de la hipersimulación o simulación ofensiva, que se ha planteado aquí.
Por ejemplo: sería interesante ver si el aparato represivo reaccionaria más violentamente a un asalto simulado que a un asalto real. Porque este último no hace sino alterar el orden de las cosas, el derecho a la propiedad, mientras que el otro ataca el principio de realidad en sí. La transgresión y la violencia son menos serias porque sólo responden a la distribución de lo real. La simulación es infinitamente más peligrosa, porque está siempre deja abierta la suposición que mucho más allá del objeto, la ley y el orden no deben ser sino simulación.
Pero la dificultad es proporcional al peligro. ¿Cómo fingir una violación y ponerla a prueba? Simular un robo en una gran tienda: ¿cómo persuadir a los guardias que este es un robo simulado? No hay una diferencia “objetiva”: los gestos, los signos son los mismo que en un robo real, los signos no se inclinan por uno u otro lado. Para el orden establecido ellos siempre son del orden de lo real.
Organizar un falso asalto.Verificar que las armas sean inofensivas, y tener la mayor confianza de parte de los rehenes, de manera que, ninguna vida humana este en peligro (o se cae en lo criminal). Demanda un rescate, y hacer que esta operación cause tanta conmoción como sea posible – en resumen, permanecer cercano a la “verdad”, para probar la reacción del aparato represivo a un simulacro perfecto. No cualquiera estará dispuesto hacer esto: la red de signos artificiales llegará a confundirse inevitablemente con los elementos reales (un policía realmente disparará a primera vista, un cliente del banco se desmayará y morirá de un ataque cardíaco; alguien realmente pagará el falso rescate), en resumen, inmediatamente uno se encontrará otra vez, sin desearlo, en lo real, una de cuyas funciones es precisamente devorar cualquier intento de simulación, reducir todo a lo real – esto es, el orden establecido, mucho antes que las instituciones y la justicia entren a actuar.
Es necesario ver en esta imposibilidad de aislar el proceso de simulación, el peso de un orden que no puede ver ni concebir nada más que lo real, debido a que en ningun otro lugar puede funcionar. La simulación de un delito, si es establecido como tal, o será castigado menos severamente (porque este no tiene “consecuencias”) o castigado como un delito en contra del sistema judicial (por ejemplo, si uno pone en marcha una operacion policial “sin motivo”) – pero nunca como simulación ya que precisamente de por sí, ninguna equivalencia con lo real es posible, y en consecuencia, tampoco hay represión. El desafío de la simulación nunca es admitido por el poder. ¿Cómo puede ser castigada la simulación de la virtud? De cualquier modo, esta de por sí es tan seria como la simulación de un crimen. La parodia representa el equivalente de la sumisión y trasgresión, que es el crimen más serio, porque esta suprime la diferencia sobre la cual está basada la ley. El orden establecido no puede hacer nada en contra de esto, porque la ley es un simulacro de segundo orden, mientras que la simulación es de tercer orden, más allá de lo verdadero y lo falso, más allá de las equivalencias, más allá de las distinciones racionales sobre las cuales depende toda sociedad y poder. Así, sin lo real, es a aquel orden al que debemos aspirar.
Esto es cierto, por que el orden siempre opta por lo real. Cuando duda, siempre prefiere esta hipótesis (como en el ejército, uno prefiere tomar al simulador por un verdadero demente). Pero esto se hace más y más difícil, porque si es casi imposible aislar el proceso de simulación, debido a la fuerza de la inercia de lo real que nos rodea, lo opuesto también es verdadero (y su reversibilidad en sí es parte del aparato de simulación y la impotencia del poder): es decir, es ahora imposible aislar el proceso de lo real, o probar lo real.
De este modo, los asaltos, los secuestros de avión, etc. son ahora, en cierto sentido, una simulación de asaltos, debido a que ya están grabados en los rituales de decodificación y orquestación de los medios de comunicación, anticipados en su presentación y sus posibles consecuencias. En resumen, donde ellos funcionan como un grupo de signos dedicados exclusivamente a su repetición, y ya no del todo a su  fin “real”. Pero esto no los hace inofensivos. Por el contrario, como eventos hiperreales, ya no con un contenido o fin específico, sino indefinidamente refractados unos a otros (como los así llamados eventos históricos: huelgas, manifestaciones, crísis, etc.). Es en este sentido, que ellos no pueden ser controlados por un orden que sólo puede ejercerse sobre lo real y lo racional, sobre las causas y sus fines, un orden referencial que sólo puede reinar sobre lo referencial, un determinado poder que sólo puede reinar sobre un determinado mundo, pero que no puede hacer nada, en contra de estas indefinidas repeticiones de simulación, contra esta nebulosa cuyo peso ya no obedece la ley de gravitación de lo real, un poder en si muerto, siendo desmantelado en este espacio y llegando a ser una simulación del poder (desconectado de su fines y sus objetivos, y dedicado a los efectos del poder y la simulación de masas).
La única arma del poder, su única estrategia contra esta desersión, es reinyectar lo real y lo referencial por todas partes, persuadirnos de la realidad de lo social, de la gravedad de la economía y el caracter definitivo de la producción. Para este fin prefiere el discurso de la crísis, pero también, ¿por qué no el del deseo?: “Toma tus deseos por realidad” puede ser entendido como el último eslogan del poder desde un mundo sin referencias, incluso la confusión del principio de realidad y del principio del deseo es menos peligrosa que la contagiosa hiperrealidad. Sólo restos en medio de principios, y en medio de los cuales el poder siempre tiene la razón.
La hiperrealidad y la simulación son agentes disuasivos de cada principio y cada objetivo, ellos se vuelven en contra del poder de disuasión que ha sido usado tan bien y por tanto tiempo para tales efectos. Porque al final, a lo largo de su historia fue el capitalismo el primero que alimentó la destructuración de cada referencia, de cada objetivo humano, echando por tierra cada distinción ideal entre verdad y falsedad, bondad y maldad, para establecer una ley radical de equivalencia e intercambio, la ley de hierro del poder. El capitalismo fue el primero en jugar a la disuasión, la abstracción, la desconección, la desterritorialización, etc., y si fue el primero que fomento la realidad, el principio de realidad, también fue el primero en liquidarlo al exterminar todo valor de uso, toda equivalencia real de producción y riqueza, en muchos sentidos, tenemos la ficción de los intereses y la omnipotencia de la manipulación. Bien, de hecho es la misma lógica que incluso se contrapone al capitalismo. En cuanto a que los deseos de combatir esta desastrosa espiral, ocultando un último indicio de realidad, sobre el cual establecer un último indicio de poder, no hacen sino multiplicar los signos y acelerar el juego de la simulación.
Mientras lo histórico amenazaba con atacar esto desde lo real, el poder jugaba a la disuasión y la simulación, desintegrando todas las contradiciones mediante la fuerza de producción de signos equivalentes. Hoy en día, cuando el peligro ataca desde la simulación (que es ser disuelto en el juego de los signos), el poder juega a lo real, juega a la crísis, juega a la refabricación artificial, social, económica, y política en juego. Para el poder, esto es una cuestión de vida y muerte. Sin embargo, es demasiado tarde.
De lo cual la histeria característica de nuestro tiempo: aquella de la producción y reproducción de lo real. Aquella otra producción, aquella de los valores y mercancias, aquella de la belle epoque de la política económica, que por mucho tiempo no ha tenido un significado específico. Que cada sociedad busca para continuar produciendo, y sobreproduciendo, y así restablecer la realidad que se escapa. Por eso es que hoy la producción de lo “material” es hiperreal en sí misma. Esta retiene todas las características, todo el discurso de la producción tradicional, sin embargo, ya no es sino una refracción reducida a escala (de esta manera, la hiperrealidad asegura una realidad a partir de la cual todo el significado y encanto, toda la profundidad y energía de la representación se han desvanecido en una alucinante semejanza. Así, por todas partes, el hiperrealismo de la simulación es transmitido por la alucinante semejanza de lo real.
Por mucho tiempo, el poder no ha producido sino los signos de su semejanza. Sin embargo, otra figura del poder entra en juego: aquella demanda colectiva por los signos del poder – una unión santa que es reconstruida alrededor de su desaparición. Todo el mundo más o menos adhiere a esta demanda ante el terror del colapso político. Al final, el juego del poder no se convierte sino en la obsesión crítica con el poder – obsesión con su muerte, obsesión con su supervivencia, lo cual incrementa su desaparición. Cuando este haya desaparecido totalmente, nosotros lógicamente estaremos bajo la total alucinación del poder – un obsesivo recuerdo que ya es evidente en todos lados, expresando a la vez la compulsión por lograr librarse de esto (nadie quiere nunca más esto, cada cual lo descarga en los demás) y la aterrada nostalgia sobre su pérdida. La melancolía de las sociedades sin poder: que ya ha sido mezclada con facismo, en una fuerte sobredosis referencial en una sociedad que no puede terminar su duelo.
Con la disminución de la esfera política, cada vez más el presidente viene a parecerse a la Marioneta del Poder quien es el jefe de las sociedades primitivas (Clastre).
Todos los anteriores presidentes pagaron y continúan pagando por el asesinato de Kennedy como si ellos fuesen quienes hubieran ocultado esto – lo cual es ciertamente fantasmal, si es que no es verdad. Ellos deben borrar este defecto y complicidad con sus asesinatos simulados. Porque ahora estos pueden sólo ser simulados. Los presidentes Johnson y Ford fueron objeto de fallidos intentos de asesinato, si estos no fueron representados, por lo menos fueron perpetrados por simulación. Los Kennedys murieron porque ellos encarnaban algo: la política, la substancia política, mientras que los nuevos presidentes no son sino caricaturas y falsas películas – curiosamente, Johnson, Nixon, Ford, todos tienen ese simiesco hocico, los monos del poder.
La muerte nunca es un criterio absoluto, pero en este caso es significativo: la época de James Dean, Marilyn Monroe, y los Kennedys, de aquellos que realmente murieron simplemente porque ellos tuvieron una dimensión mítica que implica muerte (no por rasones románticas, sino a causa del principio fundamental de cambio e intercambio). Esta época hace mucho tiempo terminó. Esta es ahora la época de los asesinatos por simulación, la generalizada estética de la simulación, del asesinato –coartada. La alegórica resurrección de la muerte, la cual está allí sólo para sancionar la institución del poder, sin el cual ya no tiene ninguna substancia o realidad autónoma.
Estas representaciones de asesinatos presidenciales se están revelando porque señalan el estatus de toda la negatividad en el Oeste: la oposición política, la “Izquierda”, el discurso crítico, etc. – un contraste de simulación a través del cual el poder intenta quebrar el círculo vicioso de su inexistencia, de su fundamental irresponsabilidad, de su “suspensión”. El poder fluctúa como el dinero, como el lenguaje, como la teoría. La crítica y la negatividad en sí mismas aún ocultan el fantasma de la realidad del poder. Si por una u otra razón se llegan a debilitar, el poder no tiene otro recurso sino que alucinarlas y resucitarlas artificialmente.
Es en este sentido, que las ejecuciones españolas aún sirven como un estimulante para las democracias liberales de occidente, para un moribundo sistema de valores democráticos. Sangre fresca, pero ¿por cuánto tiempo más? El deterioro de todo poder es perseguido irresistiblemente: no es tanto la “fuerzas revolucionarias” que aceleran este proceso (a menudo este es completamente opuesto), sino el sistema en sí mismo que se despliega en contra de su propia estructura, esta violencia que anula toda substancia y toda finalidad. No se debe resistir este proceso tratando de enfrentar el sistema y destruirlo, porque este sistema que está muriendo por ser privado de su muerte no espera sino que nosotros le devolvamos su muerte, que lo resucitemos a través de lo negativo. Fin de la práctica revolucionaria, fin de la dialéctica. Curiosamente, Nixon, quien ni siquiera había encontrado digno morir en las manos de mayor insignificancia, riesgo o persona desequilibrada (y aunque quizás sea verdad que los presidentes son asesinados por tipos desequilibrados, esto no cambia nada: bajo la propensión izquierdista por detectar una conspiración derechista se pone de manifiesto un falso problema: la función de traer muerte, o la profecía, etc., en contra del poder que ha sido desempeñado siempre, desde las sociedades primitivas hasta hoy, por gente demente, gente loca o neurótica, quienes, sin embargo, cumplen una función social tan fundamental como la de los presidentes), sin embargo, fue ritualmente puesto a morir por Watergate. Watergate es todavía un mecanismo ritual de asesinato del poder (la institución americana de la presidencia es mucho más excitante, con respecto a esto, que la de los europeos: que se rodean de toda la violencia y vicisitudes del poder primitivo, de los rituales salvajes). Pero el enjuiciamiento ya no es por asesinato: este sucede vía la Constitución. Nixon ha alcanzado, sin embargo, el objetivo que todo poder sueña: ser tomado lo suficientemente en serio para constituir un peligro lo suficientemente mortal para el grupo, y así algun día ser relevado de sus funciones, denunciado, y liquidado. Ford no tuvo nunca semejante oportunidad: un simulacro de un poder ya muerto. El pudo solo acumular contra sí mismo los signos de la reversión a través del asesinato – de hecho, el está inmunizado por su impotencia, la cual lo enfurece.
A diferencia del rito primitivo, el cual anticipa el sacrificio y muerte oficial del rey (el rey o jefe no es nada sin la promesa de su sacrificio), el imaginario político moderno va cada vez más en la dirección de dilatar, ocultando mientras sea posible, la muerte de la cabeza de estado. Esta obsesión se ha acumulado desde la era de las revoluciones y de los líderes carismáticos: Hitler, Franco, Mao, no teniendo un “legítimo” heredero, ni poder, se ven forzado a perpetuarse indefinidamente – mito popular que nunca hace creer que ellos esten muertos. Los faraones ya hicieron esto: fue siempre una y la misma persona la que encarnaba a los sucesivos faraones.
Todo sucede como si Mao o Franco ya hubiesen muerto varias veces, y fuesen reemplazados por su doble. Desde un punto de vista político, que la cabeza de estado mantenga al mismo o alguien más, estrictamente no cambia nada, siempre y cuando se parezcan. Desde hace bastante tiempo que la cabeza de estado – no importa cual sea – no es nada más que el simulacro de sí misma, a no ser que se le dé el poder y la posibilidad de gobernar. Nadie concedería la mínima devoción a una persona real. Para su doble, a quien es dada la lealtad, el siempre ha estado muerto. Este mito no hace sino trasladar la persistencia y al mismo tiempo la decepción, de la necesidad del sacrificio mortal del rey.
Nosotros aún estamos en la misma situación: la sociedad no sabe como lamentar la muerte de lo real. El poder, la sociedad en sí misma, son las que están implicadas en la misma pérdida. Y es a través de una revitalización artificial de todo eso de lo cual nosotros tratamos de escapar. Esta situación terminará sin duda dando lugar al socialismo. A través de un inesperado vuelco de los eventos y por una ironía que ya no es histórica, a causa de la muerte de lo social, el socialismo emergerá así como de la muerte de Dios las religiones emergen. 

The Baudrillard Project (Third Part)



Mobius – espiral de negatividad
De esta manera, Watergate no fue sino una carnada tendida por el sistema para capturar a su adversario – la simulación de un escándalo para un fin regenerador. En la película, esta es caracterizada por el personaje de “Deep Throat” (garganta profunda), quien dice ser la eminencia gris de los Republicanos, manipulando el ala izquierda de los periodistas para lograr librarse de Nixon – ¿y por qué no? Todas las hipótesis son posibles, pero esta es superflua: la misma Izquierda hace un perfecto trabajo, y espontáneamente, hace el trabajo de la Derecha. Además, sería ingenuo ver una aguda conciencia trabajando aquí. Porque la manipulación es una oscilación causal donde lo positivo y negativo son engendrados y superpuestos, donde ya no hay nada activo o pasivo. Es a través de un arbitrario cese de esta espiral de causalidad lo que permite que el principio de realidad política pueda ser salvado. Es a través de la simulación de un estrecho, convencional campo de perspectiva donde las premisas y las consecuencias de un acto o de un evento pueden ser calculadas, donde la credibilidad política puede ser mantenida (y por supuesto un análisis “objetivo”, la pelea, etc.). Si uno imagina el entero ciclo de cualquier acto o evento en un sistema donde la continuidad lineal y la polaridad dialéctica ya no existen, en un campo desquiciado por la simulación, toda determinación se evapora, cada acto ha terminado con el fin de un ciclo que ha beneficiado a todos y que se ha esparcido en todas direcciones.
¿Es todo bombardeo en Italia causado por el trabajo de la extrema Izquierda, o la provocación de la extrema Derecha, o una mise-en-scene Centrista para desacreditar a todos a los terroristas, y apuntalar su alicaído poder, o nuevamente, esto es un escenario de inspiración policial y una forma de chantaje para la seguridad pública? Todas son simultáneamente verdad, y la búsqueda por probarlo, la verdadera objetividad de que los hechos no ponen fin a este vertigo de interpretaciones. Esto es, que estamos en una lógica de la simulación, la cual ya no tiene relación con una lógica de los hechos y un orden racional. La simulación está caracterizada por la precedencia del modelo, de todos los modelos basados en meros hechos – la precedencia de los modelos, su circulación, orbital como una bomba, constituye el genuino campo magnético del evento. Los hechos ya no tiene una trayectoria específica, ellos nacen en la intersección de los modelos, un sólo hecho puede ser engendrado al mismo tiempo por todos los modelos. Esta anticipación, esta precedencia, este corto circuito, esta confusión del hecho con su modelo (no más divergencia de significado, no más dialéctica polaridad, no más negativa electricidad, implosión de los polos antagónicos), es lo que permite todas las posibles interpretaciones – incluso las más contradictorias – todas verdaderas, en el sentido que sus verdades son intercambiadas, en la imagen de los modelos de donde ellas derivan, en un ciclo generalizado.
Los Comunistas atacan al Partido Socialista como si ellos desearan echar por tierra la unión de la Izquierda. Ellos dan crédito a la idea que esta resistencia provendría de una necesidad política mas radical. De hecho, es porque ellos ya no quieren el poder. Pero no quieren el poder en este momento, por que es un tanto desafavorable para la Izquierda en general, un tanto desfavorable para ellos dentro de la Unión de la Izquierda – ¿o por qué no aspiran, por definición, al poder? Cuando Berlinguer declara: “No hay necesidad de tener miedo de ver a los Comunistas tomando el poder en Italia,” esto simultáneamente significa:
que no hay necesidad de tener miedo, ya que los Comunistas, si llegan al poder, no cambiarán ningún mecanismo fundamental del capitalismo;
que no hay riesgo que ellos vayan siempre a llegar al poder (debido a que no lo quieren) – y aún así, si ellos ocupan la sede del poder, ellos nunca ejercerán el poder, excepto por autorización;
que en realidad, el poder, el genuino poder ya no existe, y de esta manera, no hay riesgo, quienquiera que sea el que tome el poder;
pero más lejos: Yo, Berlinguer, no tengo miedo de ver a los Comunistas tomando el poder en Italia – lo cual puede parecer en sí mismo evidente, pero no eso que ustedes deben pensar, porque
esto podría significar lo opuesto (no es necesario aquí un psicoanálisis): Yo tengo miedo de ver a los Comunistas tomando el poder (y hay buenas razones para esto, incluso para un Comunista).
Todo esto es simultáneamente verdad. El secreto de un discurso que ya no es simplemente ambigüo, como lo puede ser un discurso político, pero que conlleva la imposibilidad de una determinada posición de poder, la imposibilidad de una determinada posición discursiva. Y esta lógica no es ni de un partido ni de otro. Esta lógica atraviesa todos los discursos sin que los partidos la busquen.
¿Quién desenredará este embrollo? El nudo Gordiano puede al menos ser cortado. La tira de Mobius, si uno la divide, resulta en una espiral suplementaria sin la reversibilidad aparente de ser resuelta (aquí la reversible continuidad de la hipótesis). El infierno de la simulación, el cual ya no es una tortura, sino un astuto, maléfico, esquivamente retorcido significado – donde incluso los condenados a Burgos son todavía un regalo de Franco a la Democracia de Occidente, quien aprovecha la ocasión para regenerar su debilitado humanismo. ¿De quién son las indignadas protestas que hacen consolidar el gobierno de Franco, uniendo las masas españolas contra la intervención extranjera? ¿Dónde está la verdad de todo esto, cuando tal admirable confabulación se entrelaza sin el conocimiento de sus autores?
Conjunción de un sistema y de su extrema alternativa como los dos lados de un espejo curvo, una “viciosa” curvatura de un espacio político que es de ahora en adelante magnetizado, circularizado, reversibilizado desde la derecha a la izquierda, una torsión que es como el espíritu maligno de la commutación, todo el sistema, la infinidad del capital doblado sobre su propia superficie: ¿transfinito? ¿Y no es el mismo espacio del deseo y el líbido? Conjunción de deseo y valor, de deseo y capital. Conjunción del deseo y la ley, el placer final como la metamorfosis de la ley (la cual está generalmente a la orden del día): sólo el capital es poseedor de placer, dice Lyotard, antes de pensar que ahora nosotros obtenemos placer en el capital. Irresistible versatilidad del deseo en Deleuze, un enigmático cambio que trae deseo “por sí mismo revolucionario, y como sin querer, ausencia que quiere,” desear su propia represión y ¿cubrir de paranoia y facismo el sistema? Una torsión maligna que regresa esta revolución de deseo a la misma y fundamental ambigüedad que la revolución histórica.
Todas las fuentes de referencias combinan sus discursos en una compulsión circular Mobiana. No hace mucho que sexo y trabajo, eran términos que estában ferozmente opuestos, actualmente ambos están disueltos en el mismo tipo de demanda. Anteriormente, el discurso sobre la historia derivaba de su poder, de su violenta oposición a la naturaleza, del discurso del deseo al del poder – actualmente ellos intercambian sus significados y escenarios.
Podría tomar mucho tiempo atravesar el rango entero de operaciones de negatividad, de todos aquellos escenarios de disuasión, los cuales, como Watergate, tratan de regenerar un principio moribundo a través de un escándalo simulado, de un fantasma, y asesinato – un tipo de tratamiento hormonal a través de la negatividad y la crisis. Esto es siempre una cuestión de probar lo real a través de lo imaginario, probar la verdad a través del escándalo, probar la ley a través de la transgresión, probar el trabajo a través de la huelga, probar el sistema a través de la crisis, y el capital a través de la revolución, como anteriormente (los Tasaday) de probar la etnología a través de la privación de su objeto – sin considerar dentro de esto:
la prueba del teatro a través del antiteatro;
la prueba del arte a través del antiarte;
la prueba de la pedagogía a través de la antipedagogía;
la prueba de la psiquiatría a través de la antipsiquiatría, etc.
Todo es metamorfoseado dentro de su opuesto para perpetuarse en su forma expurgada. Todos los poderes, todas las instituciones hablan de sí mismas a través del rechazo, para intentar, simulando su muerte, escapar de su real agonía. El poder puede representar su propio asesinato para redescubrir un indicio de existencia y legitimidad. Tal fue el caso de algunos presidentes americanos: los Kennedys fueron asesinados porque ellos aún tenían una dimensión política. Los otros, Johnson, Nixon, Ford, sólo tuvieron el derecho a intentos fantasmales, a asesinatos simulados. Pero esta aura de una amenaza artificial era aún necesaria para ocultar que ya no eran sino las marionetas del poder. Anteriormente, el rey (también Dios) ha muerto, ahí dentro yace su poder. Actualmente, es forzado miserablemente a fingir su muerte, para preservar la bendición del poder. Sin embargo, esta perdido.
Para buscar sangre nueva en su propia muerte, para renovar el ciclo a través del espejo de la crisis, la negatividad, y el antipoder: esta es la única solución- pretexto de cada poder, de cada institución por intentar quebrar el círculo vicioso de su irresponsabilidad y de su fundamental inexistencia, de su ya conocida muerte.

2 de octubre de 2011

The Baudrillard Project (Second Part)



Lo hiperreal y lo imaginario 
Disneylandia es un perfecto modelo de todo los intrincados órdenes de simulacro. Es primero que todo un juego de ilusiones y fantasmas: los Piratas, la Frontera, el Mundo del Futuro, etc. Este mundo imaginario está dispuesto a asegurar el éxito de la operación. Pero lo que atrae a la mayoría de la multitud es sin duda el microcosmo social, religioso, el miniaturizado placer de la América real, constreñido y alegre. Algunos estacionan al aire libre y hacen fila, mientras se es completamente abandonado a la salida. La única fantasmagoría en este imaginario mundo de mentira en medio de la ternura y afecto de la multitud, y de la cantidad y excesivo número de artilugios necesarios para crear el multitudinario efecto. En contraste con la absoluta necesidad de estacionamientos – un verdadero campo de concentración – es total. O, mejor dicho: adentro, una entera panoplia de magnetizados artilugios dirigidos al flujo de la multitud – afuera, la atención está dirigida a un sólo artilugio: el automóvil. Por una extraordinaria coincidencia (pero esta deriva sin duda del encantamiento inherente a este universo), este mundo infantil congelado ha sido fundado, concebido y realizado por un hombre que se encuentra criogenizado: Walt Disney, quien espera su resurrección mediante un incremento de la temperatura en 180 grados centigrados.
De este modo, en cualquier lugar de Disneylandia el objetivo de la descripción de América, bajo la morfología de los individuos y de la multitud, es conducido. Todos sus valores son exaltados por la miniatura y las tiras cómicas. Embalsamados y pacificados. De lo cual la posibilidad de un análisis ideológico de Disneylandia (L. Marin hizo esto muy bien en Utopiques, jeux d’espace [Utopías, juego de espacio]): resume la manera de vida Americana, panegírico de los valores de América, idealizada transposición de una realidad contradictoria. Ciertamente. Pero algo más que estas máscaras y esta “ideología” cubre con un manto aquellos propósitos, como ocultos por una simulación de tercer orden: Disneylandia existe para esconder ese país “real”, toda esa América “real” que es Disneylandia (como un trozo de prisión que esconde el hecho que la sociedad en su totalidad, en su banal omnipresencia, esta encarcelada). Disneylandia es presentada como un imaginario para hacernos creer que el sueño es real, mientras que Los Angeles y la América que la rodean dejan de ser reales, pero pertenecientes al orden hiperreal y al orden de simulación. Ya no es una cuestión de una falsa representación de la realidad (ideología), pero de encubrimiento del hecho que lo real ya no es real, salvando así el principio de realidad.
La imaginaria Disneylandia no es ni verdadera ni falsa, esta es una máquina de disuasión montada para rejuvenecer la ficción de lo real en el campo opuesto. De ahí la debilidad de este imaginario, su infantil desgeneración. Este mundo quiere ser infantil con el fin de hacernos creer que los adultos están en otra parte, en el mundo “real”, y encubrir el hecho que el verdadero comportamiento infantil está en todas partes – es decir que son los adultos los que vienen aquí a representar el papel de niños para fomentar la ilusión en cuanto a su real comportamiento infantil.
De cualquier modo, Disneylandia no es el único lugar. El Pueblo Encantado, la Montaña Mágica, el Mundo Marino: Los Angeles está rodeada por estas estaciones imaginarias de poder que alimentan la realidad, la energia de lo real dirigida hacia una ciudad cuyo misterio es precisamente que ya no existe, pero si una red de incesante, circulación irreal – una ciudad de increíbles proporciones pero sin espacio, sin dimensión. Tal como estaciones de poder eléctrica y atómica, tal como estudios de cine, esta ciudad, inexistente, aunque si un inmenso escenario y una perpetua toma panorámica, necesita de este viejo imaginario como un sistema nervioso simpático de ficticias señales de infancia y falsos fantasmas.
Disneylandia: un espacio de regeneración de lo imaginario como las plantas de reciclaje de basura que están en todos partes, incluso aquí (Francia). Actualmente, en cualquier lugar, uno debe reciclar la basura, los sueños, los fantasmas, la historia, como las hadas, el legendario imaginario de niños y adultos es una fábrica de desperdicios, el primer gran excremento tóxico de una civilización hiperreal. En un nivel mental, Disneylandia es el prototipo de esta nueva función. Casi todos los institutos de reciclaje de lo sexual, psíquico, somático, que proliferan en California, pertenecen al mismo orden. Las persona ya no se miran la una a la otra, para eso hay instituciones. Las personas ya no se tocan la una a la otra, para eso hay contactoterapia. Las personas ya no caminan, pero van a trotar, etc. En cualquier parte uno recicla facultades pérdidas, o cuerpos pérdidos, o la pérdida de la sociabilidad, o la pérdida del gusto por la comida. Uno reinventa penurias, ascetismos, desvanecencia violenta de la naturalidad: comida naturista, comida macrobiótica, yoga. La idea de Marshall Sahlins de la economía de mercado, y no de la naturaleza en su totalidad, esta secreta penuria, es verificada, pero en un segundo nivel: aquí, en los sofisticados confines de una triunfal economía de mercado es reinventada una penuria/signo, una penuria/simulacro, un simulado comportamiento subdesarrollado (incluyendo la adopción del dogma Marxista) que, con la apariencia de ecología, de crisis energética y de crítica del capital, agrega un final de esotérica aureola al triunfo de la cultura esotérica. Sin embargo, tal vez una catastrofe mental, una implosión e involución mental sin precedentes al acecho de un sistema de este tipo, cuyo signo visible podría ser esta extraña obesidad, o la increíble coexistencia de la más bizarras teorías y prácticas, las cuales corresponden a una improbable coalición de lujo, paraíso, y dinero, dirigido a una improbable y lujosa materialización de la vida y contradicciones aún no descubiertas.
Encantamiento político
Watergate. El mismo escenario que en Disneylandia (consecuencia de un imaginario ocultamiento de que la realidad ya no existe fuera sino que dentro de los límites de un perimetro artificial): aquí el efecto oculto del escándalo fue que no hay diferencia entre los hechos y su denuncia (idéntico método por parte de la CIA y de los periodistas del Washington post). La misma operación, tendiente a regenerar a través de un escándalo un principio moral y político, a través de lo imaginario, hundiendo el principio de realidad.
La denuncia del escándalo es siempre un homenaje a la ley. Y Watergate en particular fue exitoso en imponer la idea de que Watergate fue un escándalo – en este sentido fue una prodigiosa operación de intoxicación. Un amplia dosis de moralidad política reinyectada a escala mundial. Uno podría decir junto a Bourdieu: “La esencia de cada relación de fuerza es disimularse como tal y adquirir toda su fuerza sólo porque se disimula como tal,” lo siguiente entendido como: el capitalismo, sin escrupulos e inmoral, sólo puede funcionar detrás de una superestructura moral, y quien reviva esta moralidad pública (a través de la indignación, denunciación, etc.) trabaja espontáneamente para el capitalismo. Esto es lo que los periodistas del Washington Post hicieron.
No obstante, esto podría no significar sino la fórmula de la ideología, pero cuando Bourdieu dice esto, el toma la “relación de fuerza” por la verdad de la dominación política, y él mismo denuncia esta relación de fuerza como escándalo – de esta manera él se encuentra en la misma posición determinista y moralista que los reporteros del Washington Post. El hace el mismo trabajo de purgar y revivir el orden moral, un orden de verdad en el cual la verdadera violencia simbólica del orden social es engendrado, completamente fuera de toda relación de fuerza, las cuales  sólo cambian su configuración mediocre en la conciencia moral y política del hombre.
Todo lo que el capitalismo nos pide es recibir esto como algo racional o combatirlo en nombre de la racionalidad, recibir esto como algo moral o combatirlo en el nombre de la moralidad. Por que son lo mismos, lo cual puede ser pensado de otra manera: formalmente uno trabajo para disimular el escándalo – hoy en día uno trabaja para ocultar que no hay nada.
Watergate no es un escándalo, es lo que se debe decir a todo costa, porque todo el mundo esta ocupado en ocultar, esta disimulación enmascarada de una sólida moralidad, de una moral aterrada como una aproximación a la primitiva (mise en) scene del capitalismo: su instantánea crueldad, su incomprensible ferocidad, su fundamental inmoralidad – lo que es escandaloso, inaceptable para el sistema moral y económico de equivalencias del axioma del pensamiento de izquierda, desde las teorías de la Ilustración hasta el Comunismo. Una imputación de este pensamiento al contrato del capitalismo, pero que no impone una condena – es nada más que una mostruosa empresa sin escrupulos. Este es un pensamiento “iluminado” que aspira al control sobre esto mediante la imposición de reglas. Y todas las recriminaciones que reemplazan el pensamiento revolucionario hoy en día, vuelven a incriminar al capitalismo por no seguir las reglas del juego. “El poder es injusto, su justicia es una clase de justicia, el capitalismo nos explota, etc.” – como si el capitalismo estuviera vinculado por contrato a la reglas de la sociedad. Es la Izquierda que tiende el espejo de equivalencia al capitalismo con la esperanza de que obedezca, cumpla con esta fantasmagoría de contrato social, desempeñando sus obligaciones hacia toda la sociedad (gesto simbólico, no necesario mediante la revolución: basta con que el capitalismo se ajuste a una formula racional de intercambio).
El capitalismo, de hecho, nunca estuvo vinculado por un contrato a la sociedad que domina. Es un hechizo de las relaciones sociales, es un desafío para la sociedad, y también debe ser respondido. No es un escándalo que sea denunciado de acuerdo a la racionalidad moral y económica, pero un desafío aceptarlo de acuerdo a la ley simbólica.

The Baudrillard Project (First Part)



Traducción (Inglés-Español) de capítulos del libro Simulacra y Simulation de Baudrillard (Primera Parte)


Simulacros y simulación
Jean Baudrillard
La precedencia de los simulacros
El simulacro no es que oculte la verdad – es la verdad que oculta el hecho que no hay nada.
El simulacro es verdad. Eclesiastes


Si alguna vez, fueramos capaces de ver la fábula de Borges, en la cual los cartógrafos del imperio trazan un mapa tan detallado, que termina cubriendo exactamente el territorio (la decadencia del imperio testimonia la lucha de este mapa que, poco a poco, cae en ruinas, aunque algunos trazos aún son perceptibles en el desierto). La belleza metafísica de ésta abstracción en ruinas evidencia un orgullo igual al imperio descomponiéndose como una carcasa, retornando a la substancia del suelo, un pedazo como el doble fin que se confunde con el real a través del envejecimiento. Como la más bella alegoría de la simulación, esta fábula viene ahora a completar para nosotros el círculo, sin poseer más que el discreto encanto del segundo orden de simulacro.
En la actualidad, la abstracción ya no es el mapa, el doble, el espejo o el concepto. La simulación ya no es el territorio, una existencia referencial o una substancia. Esta es la generación de modelos de algo real sin origen o realidad: una hiperrealidad. El territorio ya no precede al mapa, ni este le sobrevive. Es, sin embargo, el mapa el que precede al territorio – precedencia del simulacro – este engendra el territorio, y si uno tiene que retornar a la fábula, actualmente es el territorio cuya perceptibilidad lentamente se está descomponiendo el que cruza la extensión del mapa. Este es el real, y no el mapa, cuyos vestigios persisten aquí y haya en el desierto que ya no es aquel imperio, pero nuestros. El desierto de lo real en sí mismo.
En realidad, aún invertida, la fábula de Borges es inútil. Sólo la alegoría del imperio, quizás, permanece. Porque es el mismo imperialismo actualmente presente el que los simuladores intentan hacer real, completamente real, y que coincide con sus modelos de simulación. Pero ya no hay preguntas sobre mapas y territorios. Algo ha desaparecido: el soberano diferencia, entre uno y otro, esto constituye el encanto de la abstracción. Porque esta diferencia es lo que constituye la poesía del mapa y el encanto del territorio, la magia del concepto y el encanto de lo real. Esta imaginaria representación, la cual simultáneamente culmina y es sepultada por la demencia del proyecto de los cartógrafos de la ideal coexistencia del mapa y el territorio, desaparece en la simulación cuya operación es nuclear y genética, ya no es todo especular o discursiva. Esta es toda la metafísica que está perdida. No más espejo de ser y apariencias, de lo real y su concepto. No más imaginarias coexistencias: esto es genética miniaturización que es la dimensión de la simulación. Lo real es producido a partir de células miniaturizadas, matrices, y bancos de memoria, modelos de control – y esto puede ser reproducido una indefinida número de veces a partir de estas. Ya no hay necesidad de ser racional, porque ya no hay medidas en sí mismas contra cualquier ideal o instancia negativa. Ya no es sino operacional. En realidad, ya no es realmente lo real, porque ya no existe envoltura imaginaria. Esto es hiperreal, producido desde una radiante síntesis de modelos combinatorios en un hiperespacio sin atmósfera.
Por el contrario, dentro de un espacio cuya curvatura ya no es real, ni es verdadera, la era de la simulación es inaugurada por una liquidación de toda referencia –peor: con su artificial resurrección en el sistema de signos, un material más maleable que el significado, que da de sí todo al sistema de equivalencias, todo a las oposiciones binarias, todo al algebra combinatorial. Ya no es una cuestión de imitación, ni duplicación, ni incluso parodía. Es una cuestión de substitución de los signos de lo real por lo real, esto quiere decir una operación de disuasión de cada proceso vía esta doble operación, un programa, metastable, una perfecta máquina descriptiva que ofrece todo los signos de lo real e impide todas las vicisitudes. Nunca más lo real tendrá la oportunidad de producirse a sí mismo – tal es la función vital del modelo en un sistema de muerte, o mejor aún de anticipada resurrección, que incluso ya no le da al evento de la muerte una oportunidad. Una hiperrealidad de ahora en adelante protegida de lo imaginario, y de cualquier distinción entre lo real y lo imaginario, sólo dejando espacio para la órbita de los repetidos modelos y para la simulada generación de diferencias.
La referencia no divina de las imágenes
Para disimular hay que pretender no tener lo que se tiene. Para simular hay que fingir tener lo que no se tiene. Uno implica una presencia, el otro una ausencia. Pero es más complicado que esto, porque simular no es pretender: “Quien quiera fingir una enfermedad puede simplemente permanecer en cama y hacer creer a cualquiera que está enfermo. Quien simule una enfermedad produce en sí mismo algunos de los síntomas” (Littre). Por lo tanto, pretender, o disimular, deja el principio de realidad intacto: la diferencia es siempre clara, esta simplemente enmascarada, mientras la simulación amenaza la diferencia entre lo “verdadero” y lo “falso”, lo “real” y lo “imaginario”. ¿Está el simulador enfermo o no, dado que el produce “verdaderos’ síntomas? Objetivamente uno no puede tratarlo como a cualquier persona enferma o no enferma. La psicología y la medicina se detienen en este punto, impedidas desde ahora en adelante por la desconocida verdad de la enfermedad. Para que cualquier síntoma pueda ser producido, y ya no sea tomado como un hecho natural, entonces cada enfermo puede ser considerado como simulable y simulado, y la medicina pierde su significado desde que conoce sólo como tratar las enfermedades “reales” de acuerdo a sus causas objetivas. Lo psicosomático envuelto de una dudosa manera en los bordes del principio de enfermedad. En cuanto al psicoanálisis, esta transferencia de síntomas del orden órganico al orden inconsciente: la segunda es nueva y tomada por “real” más real que la otra – pero ¿por qué podría estar la simulación en las puertas del inconsciente? ¿Por qué no podría el “trabajo” del inconsciente ser “producido” de la misma manera que cualquier viejo síntoma de la medicina clásica? Ya son sueños.
Ciertamente, la psiquiatría pretende que “por cada forma de alienación mental hay un particular orden en la sucesión de síntomas de los cuales el simulador es ignorante y en la ausencia de los cuales la psiquiatría no podría ser engañada.” Esto (período a partir de 1865) en orden a salvaguardar el principio de verdad a toda costa y escapar a la interrogante planteada por la simulación – el conocimiento de que la verdad, referencia, causa objetiva ha cesado de existir. Ahora, ¿puede la medicina conformarse con flotar a la deriva por cualquier costado de la enfermedad, por cualquier costado de la salud, con la duplicación de la enfermedad en un discurso que ya no es ni verdadero ni falso? ¿Qué puede hacer el psicoanálisis con la duplicación del discurso del inconsciente en un discurso de la simulación que nunca podrá nuevamente ser desenmascarado, dado que ninguno es falso?
¿Qué puede hacer el ejército con respecto a los simuladores? Tradicionalmente ellos son desenmascarados y castigados, de acuerdo a un claro principio de identificación. De hecho, esto puede dar de baja a un muy buen simulador tanto como a un equivalente exacto de un “real” homosexual, un enfermo del corazón, o un demente. Incluso la desventaja de la psicología militar que viene de las certezas cartesianas, y que hace titubear la distinción entre lo verdadero y falso, entre lo “producido” y los auténticos síntomas. “Si el es tan bueno en hacerse el loco, es porque lo es.” Ni es equivocada la psicología militar en este aspecto: en este sentido, toda persona loca simula, y esta falta de distinción es el peor tipo de subversión. Esta carencia de distinción va en contra de las clásicas razones de las fuerzas armadas, en todas sus categorías. Pero hoy de nuevo las aventaja tácticamente, sumergiendo el principio de verdad.
Más allá de la medicina y el ejército, favorables terrenos para la simulación, la cuestión retorna a la religión y al simulacro de la divinidad: “Yo prohibí que haya cualquier simulacro en los templos porque la divinidad que anima la naturaleza nunca puede ser representada.” Por supuesto, que puede serlo. Pero ¿qué hace la divinidad cuando esta se revela a sí misma en íconos, cuando es multiplicada en simulacros? ¿Mantiene ésta el poder supremo que está simplemente encarnado en imágenes como teología visible? O ¿se volatiliza a sí misma en simulacros de esta, sola, desplegado su poder y fascinante pompa – la visible maquinaria de íconos subtituidos por la pura e inteligente idea de Dios? ¿Fue esto precisamente lo que temieron los iconoclastas, quienes hasta hoy aún siguen en disputas milenarias con nosotros? Precisamente porque ellos predijeron la omnipotencia de los simulacros, la facultad que tienen los simulacros de borrar a Dios desde la conciencia del hombre, y la destructiva, aniquilante verdad que los iconoclastas dieron a conocer – que en el fondo Dios nunca existió, que sólo el simulacro ha existido, incluso que Dios en sí nunca fue sino su propio simulacro – desde que este impulso vino a destruir sus imágenes. Si ellos hubieran creído que las imágenes sólo confundían o enmascaraban la idea platónica de Dios, no habría habido razón para destruirlas. Se puede vivir con la idea de la verdad distorsionada. Pero su metafísica disparidad vino de la idea de que la imagen ni siquiera ocultaba algo, y que estas imágenes eran en esencia no imágenes, tal como un modelo original podría haberlas hecho, pero perfectos simulacros, por siempre radiantes con su propia fascinación. Por consiguiente, la muerte de la divinidad referencial debe ser a toda costa exorcizada.
Se puede considerar que los iconoclastas, a quienes se les acuso de desdeñar y negar las imágenes, fueron quienes les otorgaron a ellas su verdadero valor, en contraste con los iconólatras quienes en ellas sólo vieron reflejos y estaban contentos en venerar a Dios. Por otra parte, se puede decir que los iconólatras fueron en su mayoría mentes modernas, en su mayoría temerarios, porque en la apariencia de tener a Dios haciéndose visible en el espejo de las imágenes, ellos ya estaban representando su muerte y su desaparición en la epifanía de su representación (lo cual, quizás, ellos ya sabían ya no representaba nada, que ellos estaban puramente divirtiéndose, no obstante, esto estaba allí dentro configurando el gran juego – sabiendo también lo peligroso de desenmascarar las imágenes, desde que ellas disimulan el hecho que no hay nada detrás de ellas).
Este fue el planteamiento de los Jesuitas, quienes fundaron sus políticas en la virtual desaparición de Dios y en la secular y espectacular manipulación de las conciencias – el desvanecimiento de Dios en la epifanía del poder – el fin de la trascendencia, la cual ahora sólo sirve como un excusa para una estrategia totalmente libre de influencias y signos. Detrás de las barrocas imágenes se esconde el horror de las políticas.
De esta manera, el interés siempre habría sido el poder asesino de las imágenes, asesinas de lo real, asesinas de su propio modelo, como los íconos Bizantinos lo fueron de la identidad divina. Pero este poder asesino se opone a la representación como dialéctica del poder, la visible e inteligente mediación de lo real. Toda la bondadosa fe occidental siendo atraída en esta apuesta por la representación: que todo signo podría aludir a un significado profundo, que los signos podrían ser intercambiados por el significado y que algunas veces podría garantizar este intercambio – por supuesto de Dios. ¿Pero si Dios en sí mismo puede ser simulado, indica esto que pueda ser reducido a los signos que constituyen la fe? Entonces todo el sistema llega a perder consistencia, en sí ya no es sino un gigantesco simulacro – no irreal, sino un simulacro, que indica que nunca fue intercambiado por lo real, sino que fue intercambiado por sí mismo, en un ininterrumpido circuito sin referencia o circunferencia.
Tal es la simulación, en cuanto a que se opone a la representación. La representación proviene del principio de equivalencia de los signos y de lo real (incluso si esta equivalencia es utópica, esta es un axioma fundamental). La simulación, por el contrario, proviene de la utopía del principio de equivalencia, de la radical negación del signo como valor, del signo como reversión y sentencia de muerte de cada referencia. Mientras que la representación intenta absorber la simulación mediante la interpretación de esto como una falsa representación, la simulación cubre todo el edificio de la representación en sí, como un simulacro. Las siguientes podrían ser las sucesivas fases de la representación:
Esta es el reflejo de una profunda realidad;
Esta es una profunda máscara y desnaturalizada realidad;
Esta es la ausencia de una profunda realidad;
Esta no tiene relación con ninguna realidad, lo que significa que es su propio y puro simulacro.
En el primer caso, la representación es una buena apariencia – es representación del orden sacramental. En el segundo, esta es una diabólica apariencia - es del orden de la malignidad. En el tercero, esta juega a ser una apariencia – es del orden de la brujería. En el cuarto, esta ya no es del orden de las apariencias, sino de la simulación.
La transición desde los signos que disimulan algo a los signos que disimulan que no hay nada marca un decisivo viraje. El primero refleja la teología de la verdad y del secreto (para el cual la noción de ideología aún pertenece). El segundo inaugura la era de los simulacros y la simulación, en la cual ya no hay un Dios para reconocer como dueño, ni un último juicio para separar lo falso de los verdadero, lo real de su artificial resurrección, como que todo ya ha muerto y resucitado por anticipado.
Cuando lo real ya no es lo que era, la nostalgia asume su significado completo. Hay una plétora de mitos de origen y signos de realidad – una plétora de verdad, de secundaria objetividad, y autenticidad. Intensificación de la verdad, de experiencia de lo vivído, resurrección de lo figurativo donde el objeto y la substancia han desaparecido. Producción de lo real y referencial envuelta en pánico, análoga y más grandiosa que el pánico de la producción material: así es como la simulación aparece en la fase que nos concierne – una estrategia de lo real, de lo neoreal y de lo hiperreal que en todas partes es el doble de la estrategia de disuasión.
Ramses, o el color rosa de la resurrección 
La Etnología repaso en contraste con su paradojica muerte en 1971, el día cuando el gobierno Filipino decidio retornar algunas docenas de Tasaday, quienes acababan de haber sido descubierto en las profundidades de la jungla, donde ellos habian vivído por ocho siglos sin ningún contacto con el resto de las especies, a su primitivo estado, fuera del alcance de los colonizadores, turistas, y etnólogos. Esto a sugerencia de los propios antropólogos, quienes estaban viendo como la gente indígena se desintegraba al contacto inmediato, como momias al aire libre.
Para que la Etnología viva, su objeto debe morir; mediante la muerte, el objeto toma su revancha por haber sido descubierto, y con su muerte desafia a la ciencia que quiere asirla.
¿No es acaso que toda la ciencia vive en esta oblicua paradoja, condenada y muy temerosa por el desvanecimiento de su objeto, y el despiadado revés que la muerte del objeto ejerce sobre esto? Como Orfeo, este cambia siempre rápidamente, y como Eurípides, su objeto cae de vuelta dentro del Hades.
En contraste, esta el infierno de la paradoja que los etnologistas eligieron para protegerse, acordonando a los Tasaday en un remoto bosque virgen. No se les puede tocar nunca más: como en una mina la veta está cerrada definitivamente. La ciencia pierde un precioso capital allá, pero el objeto estará seguro, perdido para la ciencia, pero intacto en su virginidad. Esto no es una cuestión de sacrificio (la ciencia nunca se sacrifica, en esto siempre es una homicida), sino de simulado sacrificio de su objeto para preservar este principio de realidad. Los Tasaday, congelados en su elemento natural, proveera una perfecta excusa, una eterna garantía. Aquí empieza una antietnología que nunca terminará y para la cual Jaulín, Castaneda, Clastre son testigos diversos. En cualquier caso, la lógica evolución de la ciencia es distanciarse cada vez más de su objeto, hasta prescindir enteramente de éste: esta autonomía es sólo representada, incluso mas fantástica – esta es conseguida en su forma pura.
De esta manera, los indígenas retornaron a su ghetto, en el ataúd de cristal de el bosque virgen, nuevamente convirtiéndose en el modelo de simulación de todos los posibles indígenas anteriores a la Etnología. Así, el modelo se concede el lujo de encarnarse más allá de sí mismo en la “bruta” realidad de estos indígenas que han enteramente reinventado – salvajes que están en deuda con la Etnología por seguir siendo aún unos salvajes: qué giro de los eventos, qué triunfo para la ciencia que parece dedicada a su ¡destrucción!
Por supuesto, estos salvajes son póstumos: congelados, criogenizados, esterilizados, protegidos hasta la muerte, ellos se han convertido en fuente de referencia de los simulacros, y la ciencia se ha hecho pura simulación. La misma verdad sostenida por Cruesot, al mismo nivel de un museo “abierto” donde se ha museificado in situ, como un “histórico” testigo de su período, barrios enteros de la clase trabajadora, vívidas zonas metalúrgicas, una entera cultura, hombres, mujeres, y niños incluídos – gestos, lenguajes, costumbres fosilizadas, vivas como en una instantánea. El museo, en vez de ser circunscrito como un sitio geométrico, ahora esta en cualquier lugar, como una dimensión de la vida. De esta manera, la Etnología, que hasta cierto punto se ha circunscrito como un ciencia objetiva, hasta hoy, liberada de su objeto, se ha dedicado a toda las cosas vivientes y en hacerse invisible, como una omnipresente cuarta dimensión, así como el simulacro. Todos somos Tasaday, indígenas que nuevamente hemos vuelto a ser lo que ellos eran – simulacro de indígenas que proclaman la última verdad universal de la etnología.
Todos nos hemos convertido en vívidos especímenes a la luz de la espectral etnología, o de la antietnología, la cual no es sino la forma pura de la triunfal etnología, bajo los signos de la muerte de las diferencias, y de la resurección de las diferencias. Es así, muy ingenuo buscar la etnología en los salvajes o en algún lugar del Tercer Mundo – siendo que esta se encuentra aquí, en cualquier lugar, en la metrópolis, en la Comunidad Blanca, en un mundo completamente catalogizado y analizado, por ende artificialmente resucitado bajo el auspicio de lo real, en un mundo de simulación, de alucinación de la verdad, del chantaje de lo real, del asesinato de cada forma simbólica y de su histérica, histórica retrospectiva – un asesinato del cual los salvajes, la agradecida nobleza, estaban entre las primeras víctimas, pero que por mucho tiempo se ha extendido a las sociedades de occidente.
Pero en el mismo aliento la Etnología nos concede una única y final lección, el secreto que mata esto (y el cual los salvajes conocían mejor que la Etnología): la venganza de la muerte.
El confinamiento del objeto científico es igual que el confinamiento de la locura y la muerte. Y precisamente como toda sociedad está irremediablemente contaminada por este espejo de locura que se ha levantado, ciencia que no puede ayudar pero que muere contaminada por la muerte de este objeto que es su espejo inverso. Ciencia que domina los objetos, pero que confiere a los objetos profundidad, de acuerdo a una inconsciente reversión, la cual sólo da muerte y circular respuesta a la muerte y circular interrogación.
Nada cambia cuando la sociedad quiebra el espejo de la locura (suprime el asilo, cede el discurso a la insanidad, etc.) ni cuando la ciencia parece quebrar el espejo de su objetividad (borrándose antes que su objeto, como en Castaneda, etc.) y desmoronarse ante las “diferencias”. La forma producida por el confinamiento es seguida por un innumerable, difractado, retrasado mecanismo. Así como la Etnología colapsa como institución clásica, esta sobrevive en una Antietnología cuya tarea es reinyectar la ficción de diferencia, la salvaje ficción por todas partes, para ocultar que nuestro mundo, a su manera, nuevamente se ha hecho salvaje, devastado por la diferencia y la muerte.
De la misma manera, con el pretexto de salvar el original, se les prohíbe a los visitantes que entren a la cueva Lascaux, sin embargo, una réplica exacta fue construida a quinientos metros de esta, cualquiera podría verla (echar un vistazo, a través de la mirilla, a la auténtica cueva, y luego visitar la nueva cueva completamente reconstituida). Es posible que la memoria de las grutas originales, se queden estampadas en las mentes de las futuras generaciones, pero desde ahora en adelante ya no hay ninguna diferencia: la duplicación es suficiente para representar artificialmente a ambas.
Del mismo modo, la ciencia y la tecnología estuvieron recientemente mobilizadas en salvar la momia de Ramses II, después que esta fue dejada descomponiéndose por varias docenas de años en las profundidades de un museo. Occidente está asido con pánico al pensamiento de no poder salvar el orden simbólico que ha sido capaz de conservar por cuarenta siglos, pero fuera de la vista y lejos de la luz del día. Ramses no significa nada para nosotros. Sólo la momia es de un inestimable valor porque esta garantiza el significado que tiene la acumulación. Nuestra entera cultura lineal y acumulativa colapsa si nosotros no podemos conservar el pasado a la vista de todos. Para este fin los faraones deben ser presentados fuera de sus tumbas y las momias sacadas de su silencio. Para este fin ellos deben ser exhumados y honrados con honores militares. Ellos son presa de la ciencia y los gusanos. Solo el secreto absoluto les garantiza el milenario poder – la habilidad corrosiva que expresa el poder del ciclo completo de intercambio con la muerte. Nosotros solo sabemos como poner nuestra ciencia al servicio de la restauración de una momia, esto quiere decir, restaurar el orden visible, en tanto que el embalsamamiento fue un esfuerzo mítico por procurar inmortalizar una dimensión oculta.
Nosotros requerimos un pasado visible, un continuo visible, un visible mito de origen, el cual nos reasegure nuestro fin. Porque finalmente nunca hemos creído en ello. ¿De dónde viene esta histórica escena de la recepción de la momia en el aeropuerto Orly. ¿Por qué? ¿Por qué Ramses fue un gran despótico y una figura militar? Ciertamente. Pero mayoritariamente porque nuestra cultura sueña, detrás de este difunto poder que trata de anexar, de un orden que nada habría tenido que ver con el nuestro, sueña con este orden porque aunque exterminado puede ser exhumado como su propio pasado.
Estamos fascinados por Ramses como el Renacimiento Cristiano lo estuvo por los Indios Americanos, esos (¿seres?) humanos que nunca habian conocido el mundo de Dios. Por eso,  al comienzo de la colonización, hubo un momento de estupor y perplejidad ante la mera posibilidad de que escaparan de la ley universal del Evangelio. Habían dos posibles respuestas. Se admitía que esta Ley no era universal, o se exterminaba a los indios para borrar la evidencia. En general, uno se conforma en convertirlos, o incluso simplemente descubrirlos, lo cual bastaría para exterminarlos lentamente.
Así, como habría sido suficiente exhumar a Ramses para asegurar su exterminación mediante su museomificación. Porque las momias no se descomponen a causa de los gusanos: ellas mueren por ser trasplantadas desde un lento orden simbólico, dueño de la putrefacción y la muerte, a un orden histórico, científico, y de museos, nuestro orden, el cual ya no es dueño de nada, el cual sólo conoce como condenar lo que le precede para descomponerse y morir y subsecuentemente tratar de revivirlo a través de la ciencia. Irreparable violencia hacia todo secreto, la violencia de la civilización sin secretos, aborrecimiento de toda una civilización hacia sus propios cimientos.
Al igual que la etnología, la cual finge desprenderse de su objeto para asegurarse una forma pura superior, la desmuseificación es sólo otro espiral en la artificialidad. Testimonio de esto es el monasterio de Saint – Michel de Cuxa, el cual será repatriado a un gran costo desde el monasterio en Nueva York para ser reinstalado en “su sitio original”. Y cualquiera está dispuesto a aplaudir esta restitución (como hicieron con “¡la campaña experimental de llevar de vuelta las veredas a los Campos Eliseos!). Bien, si la exportación de las cornisas fue en efecto un acto arbitrario, si el monasterio en Nueva York es un mosaico artificial de todas las culturas (siguiendo la lógica del capitalismo de centralizar los valores), su reimportación a su sitio original es incluso más artificial: es un total simulacro que se une a la “realidad” a través de una completa circunvolución.
El monasterio debería quedarse en Nueva York en su ambiente simulado, donde al menos se ve menos ridículo. Repatriarlo no significaría sino un subterfugio complementario, actuando como si nada hubiera sucedido y complaciendo una alucinante retrospectiva.
De la misma manera, los americanos se sienten halagados de haber traído de vuelta a la población de indios a los niveles de la preconquista. Sólo que borraron todo y empezaron sobre ello. Ellos incluso se sienten alagados de hacerlo mejor, excediendo el número original. Esto es presentado como una prueba de la superioridad de la civilización: esto producirá más indios de lo que ellos estaban dispuestos a hacer. (con siniestra burla, esta sobreproducción nuevamente significa la destrucción de ellos: para la cultura indígena, como toda cultura tribal, descansa en las limitaciones del grupo y la negativa de cualquier “ilimitado” incremento, como puede ser visto en el caso Ishi. En este sentido, su “promoción” demográfica es sólo otro paso hacia la exterminación simbólica.)
En cualquier lugar, nosotros vivimos en un universo extrañamente similar al original – las cosas son duplicadas por su propio escenario. Pero esta duplicación no significa, tradicionalmente por así decirlo, la inminencia de su muerte – ellos ya purgaron su muerte, y mejor que cuando ellos estaban vivos; más alegremente, más auténtico, a la luz de su modelo, como los rostros en una funeraria.


MAQUINA


 Prólogo de Roger Santiváñez

Maquina
Bernardo Rocco
Mundo Ajeno Editores. Lima, 2007. 46 pp.
Un poeta joven siempre nos trae una materia desconocida. Una materia en estado ígneo, plena de las reverberaciones de un corazón desesperado y visionario. Tal es el caso de Bernardo Rocco y su maquina (sic), como para sugerir un sinfín de posibilidades expresivas y semánticas. Conocí a Rocco en los intersticios de la ciudad de Filadelfia, su centro de operaciones, ebrio déspota de la nocturnidad. Y definitivamente esto es lo que marca su poemario: la urbe y sus insospechados designios, la canción que se busca entre las disonancias del jazz a la medianoche. Las calles deshechas al ritmo de los pasos del poeta, la madrugada intensa reflejada en los faros de los autos desprevenidos ante el plutonio que se avecina.

Pero no se crea que Rocco es un poeta meramente intuitivo y callejero. Su poesía es en el mejor sentido culta. Tenemos –por ejemplo- a la Beatriz de Dante y a Dante mismo circulando entre los versos, intertextualidad que nos sitúa en esta Comedia particular de nuestro autor, tremendamente humana. Un latinoamericano sentado en la barra de algún bar, conquistando a las muchachas con su floro, entre “los últimos vestigios de whisky y coñac” como reza el poema “Chris Jazz”.  Es verdad que mucho se ha escrito sobre la ciudad y sus fantasmas, su sórdida luz de neón alumbrando el vacío y la soledad de los alienados peatones noctámbulos; pero creo que Rocco le pone lo suyo. No sólo su cadencioso ritmo de verso largo o versículo, sino una abismal perspectiva de la destrucción. Eso es lo que a mí me interesa. Por el libro desfilan enhebradas imágenes de un mundo que se despedaza por todos lados, donde todo se derrumba o desaparece: “entre anaqueles y conversaciones promiscuas / a medida que caes en la venta de deshojados / cantos con sabor a clavo rancio, / y amarillos pétalos con sonido a tinta, / escuchándose cada vez más lejos”.

Sin duda estamos ante una nítida visión del capitalismo decadente en medio del cual el poeta –a pesar de su dolor– todavía es capaz de recuperar las correspondencias baudelaireanas y ver música en el desvaído color de la ciudad en estado de descomposición. Porque de todos modos, la poesía es un canto –aunque sea fúnebre–pero un canto que se alza por encima de los rascacielos y toca las nubes del cielo, atraviesa la nada y llega al paraíso, tras esa estadía en el infierno, como quiso Rimbaud. No me queda la menor duda que Rocco pertenece a esta estirpe maldita, la de aquellos entremezclados con las muchedumbres urbanas, rebuscando en su desolación “fresas” (que yo leo como la boca de una muchacha) o “contemplando tus marinos trazos” (lo que interpreto como una alusión a la mujer, rediviva Venus siempre brotada del mar).

La virtud de esta poesía está en su frescura, en su ondulante fraseo renovado por la inédita experiencia vital del autor. No importa que aquí esté la sombra de Blake o Ginsberg, lo que interesa es cómo Rocco ha asimilado a estos poetas de la tradición que él quiere asumir. Y lo ha hecho con honestidad, con talento, y con un corazón que se entrega a la maraña de la literatura y sale indemne, porque su ofrecimiento es puro como el aire respirado al filo del amanecer, cuando “un último hombre y exhausto camina a Roosevelt”.

Así las cosas, comprendemos por qué el estribillo del poema “Retrato de un fantasma” nos reclama “Vete al infierno” a cada cierto tramo. Es porque en realidad habitamos el infierno y su requerimiento es más que una exigencia o una invitación; se trata de una constatación ineludible sino la hemos vivido ya.  Pero sabemos que en un verdadero poeta siempre hay esperanza, y eso es lo que nos dice Bernardo Rocco, aunque el cielo se venga abajo: “mientras la pequeña luz intenta un círculo, una nota de lluvia / mientras tanto, caen las estrellas por la calzada de ladrillos”.

De modo que con esta plasticidad de su materia verbal y su refrescante música podemos irnos al infierno con Rocco, y no habrá que decirles a las muchachas: “recójanse las faldas que vamos a atravesarlo [el infierno]” –como dijo Wiliam Carlos Williams en su nota introductoria a Howl–, sino sencillamente “tomémosnos de las manos y ardamos juntos” en las azules brasas de esta poesía. Salud. 
Roger Santiváñez, praderas de New Jersey, 5 de diciembre de 2006.


Bernardo Rocco nació en 1973 en la ciudad de Chillán, Chile. Hizo sus estudios de licenciatura en Lengua y Literatura Hispánica en la Universidad de Chile, y obtuvo la maestría en la Universidad de Temple, Filadelfia. Actualmente enseña en dicha universidad estadounidense.



POEMAS SELECCIONADOS



Hotel Roosevelt
Dante vive aquí
en la esquina del Schuylkill River
en la soledad de un cuarto contiguo
entre calderas, subterráneas salas de máquinas, el hotel en
movimiento arde líquido mientras tres tristes bestias dan la
bienvenida a los huéspedes
en las proximidades, debajo de mi cuarto cúbico y decorado
de libros, de mi cama minúscula, Dante cavila conmigo su
nuevo viaje mientras leo Timbuktu, y creo que Santa Claus me
habla al teléfono
Beatriz, compañera y amante, guía de innumerables puertas y
pasillos
aún se escucha el rumor de antiguos clientes y el sonido de
las campanillas que hacen ring
el botones en su traje perfumado y de lentejuelas recibe a
los huéspedes
mientras una bola de vidrio en movimiento inicia el atardecer
y un gato aullador gime en la distancia, mastica y gime
algunas melodías, mientras se encoge y recoge entre
bocanadas y sábanas, azulados manteles que brillan bajo la
luz de la bola en llamas
una mujercita cruza el pasillo angosto que lleva al exit con
cara de cebolla y espinacas con olor a sal de mar mientras
en el hotel se continúa la travesía hacia la otra orilla
mi Beatriz ya cansada me duele en mis tímpanos y rosa mi
cara como un cisne inalámbrico y trunco
mientras recojo mi ropaje, mi dentadura, mis anteojos de
fieltro, mi último equipaje antes de evacuar
antes de seguir mirándote con mi amurallado rostro, mis
pétalos que crujen como dientes, mi encorvado caminar hacia
el ascensor, hacia el último círculo
Dante me espera allá abajo atado a un peñasco con sus
entrañas devoradas por cazabombarderos rumbo a Oriente
y una mujer grita, un ciclista pasa desprevenido y miles de
idiotas conectados a Internet ven como a lo lejos cae un
racimo de bombas bajo la ciudad despoblándose.

Spanish 911
A la distancia se escucha la infinita sirena
mientras el doctor en letras clava su pluma
e intenta resucitar al paciente
cincuenta y un horas de emergencia y terapia de lobotomía
cincuenta y dos horas de monólogo y gramática generacional
sesenta y un horas de conjunciones lingüísticas
y dramatizaciones absurdas
los camilleros de la lengua se aprestan a abordar el bote
que lleva hacia la orilla
mientras se siente un perfume a primavera y azufre
unas monedas caen y unas palomas clavan sus picos
como flores marchitas
y me apresto a tararear la cátedra sobre agujeros
y conjugados verbos
un paciente se revuelca sobre apilados libros
y tartamudea algunas frasecitas en lengua ininteligible
alguien estornuda algunos versos e intenta un amago de bostezo
mientras la tiza cruje sobre el tablero sin correspondencia de signos
y el payaso en traje fantasmagórico
murmura algunas palabrotas e insultos
algo que desafíe el tedio y la noche nocturna
algo que remedie las noches de laboratorio ciento cuatro
algo que apacigüe al animal herido
envuelto en seda y margaritas alcohólicas

Las armas simuladas
Mercenarios, bandidos, cientos de ellos
acribillados como casquetes de armas simuladas
como cabezas rapadas acumulándose
lujo e insomnio y fantasma cuadrapléjicos
en famélicas placas arroyándose
armas, multitud de ellas fermentando,
descomponiéndose en mitad de la noche,
en medio de las cosas y sus fines
mientras algo sonoro patea cuellos y requiebra azules camisas
y unas bocanadas suben,
mientras cae duro como polvo, un gran golpe de flores
y pétalos pestilentes,
morbo demoledor de terrones de azúcar
golpeando narices.

Luz intenta un círculo
Miles de brújulas y atardeceres floridos y cenicientos cadáveres,
mientras te observo, trato de apaciguarte, de velarte
entre mis facciones ponzoñosas, ásperas como líquidos
y flores sin pistilos en nuevos surcos, nuevas botellas carmines,
y cuerpos y corchos pintados, lanzados con apremio
llamativos paraguas se perfilan en el horizonte, te veo y me allego
a tu lado, mujer de pinturas, y brochas, tratando de fijar tu punto,
tu lugar exacto en el mapa y los cinturones que contornan tu mitad,
tu silencioso pintar en destonos, en tormenta, en atiborrados baldes sin óleo
tú pintora y entrañable y suspicaz mediante relojes y astrolabios
intentando fraguar un objeto, un lienzo, algún bosquejo
en el cual alimentarnos de coincidencias, de tramos y huellas,
y caminos y circunferencias que se cruzan, y descruzan, alineándose,
modelando nuestro camino, nuestro triunfo de la nada,
de la intermitencia de tus labios, tus ojos contenidos,
y tu sonrisa que aparece ahí, en lo salvaje,
entre las sábanas, ya aguadas de movimiento, de lenguas y frases
que disparan y se atochan entre cuerdas y violines silentes,
tartamudos de las mismas figuras y trabalenguas,
y papeles de inmigración que disparan sus notas de alejamiento,
telegramas inconclusos y correos electrónicos con poemas que hieren,
escupen sobre mi cara arropada de vestigios y muebles desaparecidos,
y cuentas inexistentes, mientras los paraguas se aglomeran,
a la espera de la última estrofa, del último pincelazo,
del último arrebato e insulto, mientras amarillos caballeros
marchan por murallas, tras los últimos trastos de mí
mientras nada ocurre
y las frases se agolpan, se intervienen,
punzan mis alicaídas cavilaciones,
mientras la pequeña luz intenta un círculo, una nota de lluvia
mientras tanto, caen las estrellas por la calzada de ladrillos
y escucho los últimos racimos de mi correo,
y escucho el tic-tac de mis cavilaciones,
a medida que mis huesos se agrandan, y mis ojos ya no pintan
sino que ven el subway, las lámparas que descuelgan y gimen
y ladran entre papeles de oficina, y salones de clases inentendibles,
y el payaso que se enfrenta a realizar su cátedra monolingüe,
ante cabecitas amarillas mirándole, saludándole en su jerga de idiotas,
de testarudos sin fin y publicidad
un día húmedo en Filadelfia, en la urbe, en la palabra incontrolada,
testaruda, mientras me canso de hablar, de parlotear en otras lenguas
y refranes e historias sin argumentos ni chiste, sin la menor pausa de ajuste,
sin la menor intriga, fantasmas desahuciados, llantos de cables,
vidrios almendrados, y generaciones de idiotas mirando por la pantalla,
por los puertos de agua dulce.