THE MATCH IS ON


Este blog está inspirado en los territorios cinemáticos-comunitarios del boxing “Rocco e i suoi fratelli” (Luchino Visconti, 1960), y pretende dar rienda suelta al espectrum literario-crítico local y global, así como a todas las bestialidades estéticas-artísticas del sujeto moderno, deacuerdo a ciertas prácticas y prescripciones de pelea discursiva como la ironía, el sarcasmo, la parodia y la sátira.


Bievenido Welcome Benvenuti

3 de octubre de 2011

The Baudrillard Project (Fourth Part)



La estrategia de lo real 
La imposibilidad de redescubrir un nivel absoluto de lo real al igual que la imposibilidad de representar la ilusión. Ilusión que ya no es posible, porque lo real ya no es posible. Esta es toda la problemática política de la parodia, de la hipersimulación o simulación ofensiva, que se ha planteado aquí.
Por ejemplo: sería interesante ver si el aparato represivo reaccionaria más violentamente a un asalto simulado que a un asalto real. Porque este último no hace sino alterar el orden de las cosas, el derecho a la propiedad, mientras que el otro ataca el principio de realidad en sí. La transgresión y la violencia son menos serias porque sólo responden a la distribución de lo real. La simulación es infinitamente más peligrosa, porque está siempre deja abierta la suposición que mucho más allá del objeto, la ley y el orden no deben ser sino simulación.
Pero la dificultad es proporcional al peligro. ¿Cómo fingir una violación y ponerla a prueba? Simular un robo en una gran tienda: ¿cómo persuadir a los guardias que este es un robo simulado? No hay una diferencia “objetiva”: los gestos, los signos son los mismo que en un robo real, los signos no se inclinan por uno u otro lado. Para el orden establecido ellos siempre son del orden de lo real.
Organizar un falso asalto.Verificar que las armas sean inofensivas, y tener la mayor confianza de parte de los rehenes, de manera que, ninguna vida humana este en peligro (o se cae en lo criminal). Demanda un rescate, y hacer que esta operación cause tanta conmoción como sea posible – en resumen, permanecer cercano a la “verdad”, para probar la reacción del aparato represivo a un simulacro perfecto. No cualquiera estará dispuesto hacer esto: la red de signos artificiales llegará a confundirse inevitablemente con los elementos reales (un policía realmente disparará a primera vista, un cliente del banco se desmayará y morirá de un ataque cardíaco; alguien realmente pagará el falso rescate), en resumen, inmediatamente uno se encontrará otra vez, sin desearlo, en lo real, una de cuyas funciones es precisamente devorar cualquier intento de simulación, reducir todo a lo real – esto es, el orden establecido, mucho antes que las instituciones y la justicia entren a actuar.
Es necesario ver en esta imposibilidad de aislar el proceso de simulación, el peso de un orden que no puede ver ni concebir nada más que lo real, debido a que en ningun otro lugar puede funcionar. La simulación de un delito, si es establecido como tal, o será castigado menos severamente (porque este no tiene “consecuencias”) o castigado como un delito en contra del sistema judicial (por ejemplo, si uno pone en marcha una operacion policial “sin motivo”) – pero nunca como simulación ya que precisamente de por sí, ninguna equivalencia con lo real es posible, y en consecuencia, tampoco hay represión. El desafío de la simulación nunca es admitido por el poder. ¿Cómo puede ser castigada la simulación de la virtud? De cualquier modo, esta de por sí es tan seria como la simulación de un crimen. La parodia representa el equivalente de la sumisión y trasgresión, que es el crimen más serio, porque esta suprime la diferencia sobre la cual está basada la ley. El orden establecido no puede hacer nada en contra de esto, porque la ley es un simulacro de segundo orden, mientras que la simulación es de tercer orden, más allá de lo verdadero y lo falso, más allá de las equivalencias, más allá de las distinciones racionales sobre las cuales depende toda sociedad y poder. Así, sin lo real, es a aquel orden al que debemos aspirar.
Esto es cierto, por que el orden siempre opta por lo real. Cuando duda, siempre prefiere esta hipótesis (como en el ejército, uno prefiere tomar al simulador por un verdadero demente). Pero esto se hace más y más difícil, porque si es casi imposible aislar el proceso de simulación, debido a la fuerza de la inercia de lo real que nos rodea, lo opuesto también es verdadero (y su reversibilidad en sí es parte del aparato de simulación y la impotencia del poder): es decir, es ahora imposible aislar el proceso de lo real, o probar lo real.
De este modo, los asaltos, los secuestros de avión, etc. son ahora, en cierto sentido, una simulación de asaltos, debido a que ya están grabados en los rituales de decodificación y orquestación de los medios de comunicación, anticipados en su presentación y sus posibles consecuencias. En resumen, donde ellos funcionan como un grupo de signos dedicados exclusivamente a su repetición, y ya no del todo a su  fin “real”. Pero esto no los hace inofensivos. Por el contrario, como eventos hiperreales, ya no con un contenido o fin específico, sino indefinidamente refractados unos a otros (como los así llamados eventos históricos: huelgas, manifestaciones, crísis, etc.). Es en este sentido, que ellos no pueden ser controlados por un orden que sólo puede ejercerse sobre lo real y lo racional, sobre las causas y sus fines, un orden referencial que sólo puede reinar sobre lo referencial, un determinado poder que sólo puede reinar sobre un determinado mundo, pero que no puede hacer nada, en contra de estas indefinidas repeticiones de simulación, contra esta nebulosa cuyo peso ya no obedece la ley de gravitación de lo real, un poder en si muerto, siendo desmantelado en este espacio y llegando a ser una simulación del poder (desconectado de su fines y sus objetivos, y dedicado a los efectos del poder y la simulación de masas).
La única arma del poder, su única estrategia contra esta desersión, es reinyectar lo real y lo referencial por todas partes, persuadirnos de la realidad de lo social, de la gravedad de la economía y el caracter definitivo de la producción. Para este fin prefiere el discurso de la crísis, pero también, ¿por qué no el del deseo?: “Toma tus deseos por realidad” puede ser entendido como el último eslogan del poder desde un mundo sin referencias, incluso la confusión del principio de realidad y del principio del deseo es menos peligrosa que la contagiosa hiperrealidad. Sólo restos en medio de principios, y en medio de los cuales el poder siempre tiene la razón.
La hiperrealidad y la simulación son agentes disuasivos de cada principio y cada objetivo, ellos se vuelven en contra del poder de disuasión que ha sido usado tan bien y por tanto tiempo para tales efectos. Porque al final, a lo largo de su historia fue el capitalismo el primero que alimentó la destructuración de cada referencia, de cada objetivo humano, echando por tierra cada distinción ideal entre verdad y falsedad, bondad y maldad, para establecer una ley radical de equivalencia e intercambio, la ley de hierro del poder. El capitalismo fue el primero en jugar a la disuasión, la abstracción, la desconección, la desterritorialización, etc., y si fue el primero que fomento la realidad, el principio de realidad, también fue el primero en liquidarlo al exterminar todo valor de uso, toda equivalencia real de producción y riqueza, en muchos sentidos, tenemos la ficción de los intereses y la omnipotencia de la manipulación. Bien, de hecho es la misma lógica que incluso se contrapone al capitalismo. En cuanto a que los deseos de combatir esta desastrosa espiral, ocultando un último indicio de realidad, sobre el cual establecer un último indicio de poder, no hacen sino multiplicar los signos y acelerar el juego de la simulación.
Mientras lo histórico amenazaba con atacar esto desde lo real, el poder jugaba a la disuasión y la simulación, desintegrando todas las contradiciones mediante la fuerza de producción de signos equivalentes. Hoy en día, cuando el peligro ataca desde la simulación (que es ser disuelto en el juego de los signos), el poder juega a lo real, juega a la crísis, juega a la refabricación artificial, social, económica, y política en juego. Para el poder, esto es una cuestión de vida y muerte. Sin embargo, es demasiado tarde.
De lo cual la histeria característica de nuestro tiempo: aquella de la producción y reproducción de lo real. Aquella otra producción, aquella de los valores y mercancias, aquella de la belle epoque de la política económica, que por mucho tiempo no ha tenido un significado específico. Que cada sociedad busca para continuar produciendo, y sobreproduciendo, y así restablecer la realidad que se escapa. Por eso es que hoy la producción de lo “material” es hiperreal en sí misma. Esta retiene todas las características, todo el discurso de la producción tradicional, sin embargo, ya no es sino una refracción reducida a escala (de esta manera, la hiperrealidad asegura una realidad a partir de la cual todo el significado y encanto, toda la profundidad y energía de la representación se han desvanecido en una alucinante semejanza. Así, por todas partes, el hiperrealismo de la simulación es transmitido por la alucinante semejanza de lo real.
Por mucho tiempo, el poder no ha producido sino los signos de su semejanza. Sin embargo, otra figura del poder entra en juego: aquella demanda colectiva por los signos del poder – una unión santa que es reconstruida alrededor de su desaparición. Todo el mundo más o menos adhiere a esta demanda ante el terror del colapso político. Al final, el juego del poder no se convierte sino en la obsesión crítica con el poder – obsesión con su muerte, obsesión con su supervivencia, lo cual incrementa su desaparición. Cuando este haya desaparecido totalmente, nosotros lógicamente estaremos bajo la total alucinación del poder – un obsesivo recuerdo que ya es evidente en todos lados, expresando a la vez la compulsión por lograr librarse de esto (nadie quiere nunca más esto, cada cual lo descarga en los demás) y la aterrada nostalgia sobre su pérdida. La melancolía de las sociedades sin poder: que ya ha sido mezclada con facismo, en una fuerte sobredosis referencial en una sociedad que no puede terminar su duelo.
Con la disminución de la esfera política, cada vez más el presidente viene a parecerse a la Marioneta del Poder quien es el jefe de las sociedades primitivas (Clastre).
Todos los anteriores presidentes pagaron y continúan pagando por el asesinato de Kennedy como si ellos fuesen quienes hubieran ocultado esto – lo cual es ciertamente fantasmal, si es que no es verdad. Ellos deben borrar este defecto y complicidad con sus asesinatos simulados. Porque ahora estos pueden sólo ser simulados. Los presidentes Johnson y Ford fueron objeto de fallidos intentos de asesinato, si estos no fueron representados, por lo menos fueron perpetrados por simulación. Los Kennedys murieron porque ellos encarnaban algo: la política, la substancia política, mientras que los nuevos presidentes no son sino caricaturas y falsas películas – curiosamente, Johnson, Nixon, Ford, todos tienen ese simiesco hocico, los monos del poder.
La muerte nunca es un criterio absoluto, pero en este caso es significativo: la época de James Dean, Marilyn Monroe, y los Kennedys, de aquellos que realmente murieron simplemente porque ellos tuvieron una dimensión mítica que implica muerte (no por rasones románticas, sino a causa del principio fundamental de cambio e intercambio). Esta época hace mucho tiempo terminó. Esta es ahora la época de los asesinatos por simulación, la generalizada estética de la simulación, del asesinato –coartada. La alegórica resurrección de la muerte, la cual está allí sólo para sancionar la institución del poder, sin el cual ya no tiene ninguna substancia o realidad autónoma.
Estas representaciones de asesinatos presidenciales se están revelando porque señalan el estatus de toda la negatividad en el Oeste: la oposición política, la “Izquierda”, el discurso crítico, etc. – un contraste de simulación a través del cual el poder intenta quebrar el círculo vicioso de su inexistencia, de su fundamental irresponsabilidad, de su “suspensión”. El poder fluctúa como el dinero, como el lenguaje, como la teoría. La crítica y la negatividad en sí mismas aún ocultan el fantasma de la realidad del poder. Si por una u otra razón se llegan a debilitar, el poder no tiene otro recurso sino que alucinarlas y resucitarlas artificialmente.
Es en este sentido, que las ejecuciones españolas aún sirven como un estimulante para las democracias liberales de occidente, para un moribundo sistema de valores democráticos. Sangre fresca, pero ¿por cuánto tiempo más? El deterioro de todo poder es perseguido irresistiblemente: no es tanto la “fuerzas revolucionarias” que aceleran este proceso (a menudo este es completamente opuesto), sino el sistema en sí mismo que se despliega en contra de su propia estructura, esta violencia que anula toda substancia y toda finalidad. No se debe resistir este proceso tratando de enfrentar el sistema y destruirlo, porque este sistema que está muriendo por ser privado de su muerte no espera sino que nosotros le devolvamos su muerte, que lo resucitemos a través de lo negativo. Fin de la práctica revolucionaria, fin de la dialéctica. Curiosamente, Nixon, quien ni siquiera había encontrado digno morir en las manos de mayor insignificancia, riesgo o persona desequilibrada (y aunque quizás sea verdad que los presidentes son asesinados por tipos desequilibrados, esto no cambia nada: bajo la propensión izquierdista por detectar una conspiración derechista se pone de manifiesto un falso problema: la función de traer muerte, o la profecía, etc., en contra del poder que ha sido desempeñado siempre, desde las sociedades primitivas hasta hoy, por gente demente, gente loca o neurótica, quienes, sin embargo, cumplen una función social tan fundamental como la de los presidentes), sin embargo, fue ritualmente puesto a morir por Watergate. Watergate es todavía un mecanismo ritual de asesinato del poder (la institución americana de la presidencia es mucho más excitante, con respecto a esto, que la de los europeos: que se rodean de toda la violencia y vicisitudes del poder primitivo, de los rituales salvajes). Pero el enjuiciamiento ya no es por asesinato: este sucede vía la Constitución. Nixon ha alcanzado, sin embargo, el objetivo que todo poder sueña: ser tomado lo suficientemente en serio para constituir un peligro lo suficientemente mortal para el grupo, y así algun día ser relevado de sus funciones, denunciado, y liquidado. Ford no tuvo nunca semejante oportunidad: un simulacro de un poder ya muerto. El pudo solo acumular contra sí mismo los signos de la reversión a través del asesinato – de hecho, el está inmunizado por su impotencia, la cual lo enfurece.
A diferencia del rito primitivo, el cual anticipa el sacrificio y muerte oficial del rey (el rey o jefe no es nada sin la promesa de su sacrificio), el imaginario político moderno va cada vez más en la dirección de dilatar, ocultando mientras sea posible, la muerte de la cabeza de estado. Esta obsesión se ha acumulado desde la era de las revoluciones y de los líderes carismáticos: Hitler, Franco, Mao, no teniendo un “legítimo” heredero, ni poder, se ven forzado a perpetuarse indefinidamente – mito popular que nunca hace creer que ellos esten muertos. Los faraones ya hicieron esto: fue siempre una y la misma persona la que encarnaba a los sucesivos faraones.
Todo sucede como si Mao o Franco ya hubiesen muerto varias veces, y fuesen reemplazados por su doble. Desde un punto de vista político, que la cabeza de estado mantenga al mismo o alguien más, estrictamente no cambia nada, siempre y cuando se parezcan. Desde hace bastante tiempo que la cabeza de estado – no importa cual sea – no es nada más que el simulacro de sí misma, a no ser que se le dé el poder y la posibilidad de gobernar. Nadie concedería la mínima devoción a una persona real. Para su doble, a quien es dada la lealtad, el siempre ha estado muerto. Este mito no hace sino trasladar la persistencia y al mismo tiempo la decepción, de la necesidad del sacrificio mortal del rey.
Nosotros aún estamos en la misma situación: la sociedad no sabe como lamentar la muerte de lo real. El poder, la sociedad en sí misma, son las que están implicadas en la misma pérdida. Y es a través de una revitalización artificial de todo eso de lo cual nosotros tratamos de escapar. Esta situación terminará sin duda dando lugar al socialismo. A través de un inesperado vuelco de los eventos y por una ironía que ya no es histórica, a causa de la muerte de lo social, el socialismo emergerá así como de la muerte de Dios las religiones emergen. 

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