THE MATCH IS ON


Este blog está inspirado en los territorios cinemáticos-comunitarios del boxing “Rocco e i suoi fratelli” (Luchino Visconti, 1960), y pretende dar rienda suelta al espectrum literario-crítico local y global, así como a todas las bestialidades estéticas-artísticas del sujeto moderno, deacuerdo a ciertas prácticas y prescripciones de pelea discursiva como la ironía, el sarcasmo, la parodia y la sátira.


Bievenido Welcome Benvenuti

2 de octubre de 2011

The Baudrillard Project (First Part)



Traducción (Inglés-Español) de capítulos del libro Simulacra y Simulation de Baudrillard (Primera Parte)


Simulacros y simulación
Jean Baudrillard
La precedencia de los simulacros
El simulacro no es que oculte la verdad – es la verdad que oculta el hecho que no hay nada.
El simulacro es verdad. Eclesiastes


Si alguna vez, fueramos capaces de ver la fábula de Borges, en la cual los cartógrafos del imperio trazan un mapa tan detallado, que termina cubriendo exactamente el territorio (la decadencia del imperio testimonia la lucha de este mapa que, poco a poco, cae en ruinas, aunque algunos trazos aún son perceptibles en el desierto). La belleza metafísica de ésta abstracción en ruinas evidencia un orgullo igual al imperio descomponiéndose como una carcasa, retornando a la substancia del suelo, un pedazo como el doble fin que se confunde con el real a través del envejecimiento. Como la más bella alegoría de la simulación, esta fábula viene ahora a completar para nosotros el círculo, sin poseer más que el discreto encanto del segundo orden de simulacro.
En la actualidad, la abstracción ya no es el mapa, el doble, el espejo o el concepto. La simulación ya no es el territorio, una existencia referencial o una substancia. Esta es la generación de modelos de algo real sin origen o realidad: una hiperrealidad. El territorio ya no precede al mapa, ni este le sobrevive. Es, sin embargo, el mapa el que precede al territorio – precedencia del simulacro – este engendra el territorio, y si uno tiene que retornar a la fábula, actualmente es el territorio cuya perceptibilidad lentamente se está descomponiendo el que cruza la extensión del mapa. Este es el real, y no el mapa, cuyos vestigios persisten aquí y haya en el desierto que ya no es aquel imperio, pero nuestros. El desierto de lo real en sí mismo.
En realidad, aún invertida, la fábula de Borges es inútil. Sólo la alegoría del imperio, quizás, permanece. Porque es el mismo imperialismo actualmente presente el que los simuladores intentan hacer real, completamente real, y que coincide con sus modelos de simulación. Pero ya no hay preguntas sobre mapas y territorios. Algo ha desaparecido: el soberano diferencia, entre uno y otro, esto constituye el encanto de la abstracción. Porque esta diferencia es lo que constituye la poesía del mapa y el encanto del territorio, la magia del concepto y el encanto de lo real. Esta imaginaria representación, la cual simultáneamente culmina y es sepultada por la demencia del proyecto de los cartógrafos de la ideal coexistencia del mapa y el territorio, desaparece en la simulación cuya operación es nuclear y genética, ya no es todo especular o discursiva. Esta es toda la metafísica que está perdida. No más espejo de ser y apariencias, de lo real y su concepto. No más imaginarias coexistencias: esto es genética miniaturización que es la dimensión de la simulación. Lo real es producido a partir de células miniaturizadas, matrices, y bancos de memoria, modelos de control – y esto puede ser reproducido una indefinida número de veces a partir de estas. Ya no hay necesidad de ser racional, porque ya no hay medidas en sí mismas contra cualquier ideal o instancia negativa. Ya no es sino operacional. En realidad, ya no es realmente lo real, porque ya no existe envoltura imaginaria. Esto es hiperreal, producido desde una radiante síntesis de modelos combinatorios en un hiperespacio sin atmósfera.
Por el contrario, dentro de un espacio cuya curvatura ya no es real, ni es verdadera, la era de la simulación es inaugurada por una liquidación de toda referencia –peor: con su artificial resurrección en el sistema de signos, un material más maleable que el significado, que da de sí todo al sistema de equivalencias, todo a las oposiciones binarias, todo al algebra combinatorial. Ya no es una cuestión de imitación, ni duplicación, ni incluso parodía. Es una cuestión de substitución de los signos de lo real por lo real, esto quiere decir una operación de disuasión de cada proceso vía esta doble operación, un programa, metastable, una perfecta máquina descriptiva que ofrece todo los signos de lo real e impide todas las vicisitudes. Nunca más lo real tendrá la oportunidad de producirse a sí mismo – tal es la función vital del modelo en un sistema de muerte, o mejor aún de anticipada resurrección, que incluso ya no le da al evento de la muerte una oportunidad. Una hiperrealidad de ahora en adelante protegida de lo imaginario, y de cualquier distinción entre lo real y lo imaginario, sólo dejando espacio para la órbita de los repetidos modelos y para la simulada generación de diferencias.
La referencia no divina de las imágenes
Para disimular hay que pretender no tener lo que se tiene. Para simular hay que fingir tener lo que no se tiene. Uno implica una presencia, el otro una ausencia. Pero es más complicado que esto, porque simular no es pretender: “Quien quiera fingir una enfermedad puede simplemente permanecer en cama y hacer creer a cualquiera que está enfermo. Quien simule una enfermedad produce en sí mismo algunos de los síntomas” (Littre). Por lo tanto, pretender, o disimular, deja el principio de realidad intacto: la diferencia es siempre clara, esta simplemente enmascarada, mientras la simulación amenaza la diferencia entre lo “verdadero” y lo “falso”, lo “real” y lo “imaginario”. ¿Está el simulador enfermo o no, dado que el produce “verdaderos’ síntomas? Objetivamente uno no puede tratarlo como a cualquier persona enferma o no enferma. La psicología y la medicina se detienen en este punto, impedidas desde ahora en adelante por la desconocida verdad de la enfermedad. Para que cualquier síntoma pueda ser producido, y ya no sea tomado como un hecho natural, entonces cada enfermo puede ser considerado como simulable y simulado, y la medicina pierde su significado desde que conoce sólo como tratar las enfermedades “reales” de acuerdo a sus causas objetivas. Lo psicosomático envuelto de una dudosa manera en los bordes del principio de enfermedad. En cuanto al psicoanálisis, esta transferencia de síntomas del orden órganico al orden inconsciente: la segunda es nueva y tomada por “real” más real que la otra – pero ¿por qué podría estar la simulación en las puertas del inconsciente? ¿Por qué no podría el “trabajo” del inconsciente ser “producido” de la misma manera que cualquier viejo síntoma de la medicina clásica? Ya son sueños.
Ciertamente, la psiquiatría pretende que “por cada forma de alienación mental hay un particular orden en la sucesión de síntomas de los cuales el simulador es ignorante y en la ausencia de los cuales la psiquiatría no podría ser engañada.” Esto (período a partir de 1865) en orden a salvaguardar el principio de verdad a toda costa y escapar a la interrogante planteada por la simulación – el conocimiento de que la verdad, referencia, causa objetiva ha cesado de existir. Ahora, ¿puede la medicina conformarse con flotar a la deriva por cualquier costado de la enfermedad, por cualquier costado de la salud, con la duplicación de la enfermedad en un discurso que ya no es ni verdadero ni falso? ¿Qué puede hacer el psicoanálisis con la duplicación del discurso del inconsciente en un discurso de la simulación que nunca podrá nuevamente ser desenmascarado, dado que ninguno es falso?
¿Qué puede hacer el ejército con respecto a los simuladores? Tradicionalmente ellos son desenmascarados y castigados, de acuerdo a un claro principio de identificación. De hecho, esto puede dar de baja a un muy buen simulador tanto como a un equivalente exacto de un “real” homosexual, un enfermo del corazón, o un demente. Incluso la desventaja de la psicología militar que viene de las certezas cartesianas, y que hace titubear la distinción entre lo verdadero y falso, entre lo “producido” y los auténticos síntomas. “Si el es tan bueno en hacerse el loco, es porque lo es.” Ni es equivocada la psicología militar en este aspecto: en este sentido, toda persona loca simula, y esta falta de distinción es el peor tipo de subversión. Esta carencia de distinción va en contra de las clásicas razones de las fuerzas armadas, en todas sus categorías. Pero hoy de nuevo las aventaja tácticamente, sumergiendo el principio de verdad.
Más allá de la medicina y el ejército, favorables terrenos para la simulación, la cuestión retorna a la religión y al simulacro de la divinidad: “Yo prohibí que haya cualquier simulacro en los templos porque la divinidad que anima la naturaleza nunca puede ser representada.” Por supuesto, que puede serlo. Pero ¿qué hace la divinidad cuando esta se revela a sí misma en íconos, cuando es multiplicada en simulacros? ¿Mantiene ésta el poder supremo que está simplemente encarnado en imágenes como teología visible? O ¿se volatiliza a sí misma en simulacros de esta, sola, desplegado su poder y fascinante pompa – la visible maquinaria de íconos subtituidos por la pura e inteligente idea de Dios? ¿Fue esto precisamente lo que temieron los iconoclastas, quienes hasta hoy aún siguen en disputas milenarias con nosotros? Precisamente porque ellos predijeron la omnipotencia de los simulacros, la facultad que tienen los simulacros de borrar a Dios desde la conciencia del hombre, y la destructiva, aniquilante verdad que los iconoclastas dieron a conocer – que en el fondo Dios nunca existió, que sólo el simulacro ha existido, incluso que Dios en sí nunca fue sino su propio simulacro – desde que este impulso vino a destruir sus imágenes. Si ellos hubieran creído que las imágenes sólo confundían o enmascaraban la idea platónica de Dios, no habría habido razón para destruirlas. Se puede vivir con la idea de la verdad distorsionada. Pero su metafísica disparidad vino de la idea de que la imagen ni siquiera ocultaba algo, y que estas imágenes eran en esencia no imágenes, tal como un modelo original podría haberlas hecho, pero perfectos simulacros, por siempre radiantes con su propia fascinación. Por consiguiente, la muerte de la divinidad referencial debe ser a toda costa exorcizada.
Se puede considerar que los iconoclastas, a quienes se les acuso de desdeñar y negar las imágenes, fueron quienes les otorgaron a ellas su verdadero valor, en contraste con los iconólatras quienes en ellas sólo vieron reflejos y estaban contentos en venerar a Dios. Por otra parte, se puede decir que los iconólatras fueron en su mayoría mentes modernas, en su mayoría temerarios, porque en la apariencia de tener a Dios haciéndose visible en el espejo de las imágenes, ellos ya estaban representando su muerte y su desaparición en la epifanía de su representación (lo cual, quizás, ellos ya sabían ya no representaba nada, que ellos estaban puramente divirtiéndose, no obstante, esto estaba allí dentro configurando el gran juego – sabiendo también lo peligroso de desenmascarar las imágenes, desde que ellas disimulan el hecho que no hay nada detrás de ellas).
Este fue el planteamiento de los Jesuitas, quienes fundaron sus políticas en la virtual desaparición de Dios y en la secular y espectacular manipulación de las conciencias – el desvanecimiento de Dios en la epifanía del poder – el fin de la trascendencia, la cual ahora sólo sirve como un excusa para una estrategia totalmente libre de influencias y signos. Detrás de las barrocas imágenes se esconde el horror de las políticas.
De esta manera, el interés siempre habría sido el poder asesino de las imágenes, asesinas de lo real, asesinas de su propio modelo, como los íconos Bizantinos lo fueron de la identidad divina. Pero este poder asesino se opone a la representación como dialéctica del poder, la visible e inteligente mediación de lo real. Toda la bondadosa fe occidental siendo atraída en esta apuesta por la representación: que todo signo podría aludir a un significado profundo, que los signos podrían ser intercambiados por el significado y que algunas veces podría garantizar este intercambio – por supuesto de Dios. ¿Pero si Dios en sí mismo puede ser simulado, indica esto que pueda ser reducido a los signos que constituyen la fe? Entonces todo el sistema llega a perder consistencia, en sí ya no es sino un gigantesco simulacro – no irreal, sino un simulacro, que indica que nunca fue intercambiado por lo real, sino que fue intercambiado por sí mismo, en un ininterrumpido circuito sin referencia o circunferencia.
Tal es la simulación, en cuanto a que se opone a la representación. La representación proviene del principio de equivalencia de los signos y de lo real (incluso si esta equivalencia es utópica, esta es un axioma fundamental). La simulación, por el contrario, proviene de la utopía del principio de equivalencia, de la radical negación del signo como valor, del signo como reversión y sentencia de muerte de cada referencia. Mientras que la representación intenta absorber la simulación mediante la interpretación de esto como una falsa representación, la simulación cubre todo el edificio de la representación en sí, como un simulacro. Las siguientes podrían ser las sucesivas fases de la representación:
Esta es el reflejo de una profunda realidad;
Esta es una profunda máscara y desnaturalizada realidad;
Esta es la ausencia de una profunda realidad;
Esta no tiene relación con ninguna realidad, lo que significa que es su propio y puro simulacro.
En el primer caso, la representación es una buena apariencia – es representación del orden sacramental. En el segundo, esta es una diabólica apariencia - es del orden de la malignidad. En el tercero, esta juega a ser una apariencia – es del orden de la brujería. En el cuarto, esta ya no es del orden de las apariencias, sino de la simulación.
La transición desde los signos que disimulan algo a los signos que disimulan que no hay nada marca un decisivo viraje. El primero refleja la teología de la verdad y del secreto (para el cual la noción de ideología aún pertenece). El segundo inaugura la era de los simulacros y la simulación, en la cual ya no hay un Dios para reconocer como dueño, ni un último juicio para separar lo falso de los verdadero, lo real de su artificial resurrección, como que todo ya ha muerto y resucitado por anticipado.
Cuando lo real ya no es lo que era, la nostalgia asume su significado completo. Hay una plétora de mitos de origen y signos de realidad – una plétora de verdad, de secundaria objetividad, y autenticidad. Intensificación de la verdad, de experiencia de lo vivído, resurrección de lo figurativo donde el objeto y la substancia han desaparecido. Producción de lo real y referencial envuelta en pánico, análoga y más grandiosa que el pánico de la producción material: así es como la simulación aparece en la fase que nos concierne – una estrategia de lo real, de lo neoreal y de lo hiperreal que en todas partes es el doble de la estrategia de disuasión.
Ramses, o el color rosa de la resurrección 
La Etnología repaso en contraste con su paradojica muerte en 1971, el día cuando el gobierno Filipino decidio retornar algunas docenas de Tasaday, quienes acababan de haber sido descubierto en las profundidades de la jungla, donde ellos habian vivído por ocho siglos sin ningún contacto con el resto de las especies, a su primitivo estado, fuera del alcance de los colonizadores, turistas, y etnólogos. Esto a sugerencia de los propios antropólogos, quienes estaban viendo como la gente indígena se desintegraba al contacto inmediato, como momias al aire libre.
Para que la Etnología viva, su objeto debe morir; mediante la muerte, el objeto toma su revancha por haber sido descubierto, y con su muerte desafia a la ciencia que quiere asirla.
¿No es acaso que toda la ciencia vive en esta oblicua paradoja, condenada y muy temerosa por el desvanecimiento de su objeto, y el despiadado revés que la muerte del objeto ejerce sobre esto? Como Orfeo, este cambia siempre rápidamente, y como Eurípides, su objeto cae de vuelta dentro del Hades.
En contraste, esta el infierno de la paradoja que los etnologistas eligieron para protegerse, acordonando a los Tasaday en un remoto bosque virgen. No se les puede tocar nunca más: como en una mina la veta está cerrada definitivamente. La ciencia pierde un precioso capital allá, pero el objeto estará seguro, perdido para la ciencia, pero intacto en su virginidad. Esto no es una cuestión de sacrificio (la ciencia nunca se sacrifica, en esto siempre es una homicida), sino de simulado sacrificio de su objeto para preservar este principio de realidad. Los Tasaday, congelados en su elemento natural, proveera una perfecta excusa, una eterna garantía. Aquí empieza una antietnología que nunca terminará y para la cual Jaulín, Castaneda, Clastre son testigos diversos. En cualquier caso, la lógica evolución de la ciencia es distanciarse cada vez más de su objeto, hasta prescindir enteramente de éste: esta autonomía es sólo representada, incluso mas fantástica – esta es conseguida en su forma pura.
De esta manera, los indígenas retornaron a su ghetto, en el ataúd de cristal de el bosque virgen, nuevamente convirtiéndose en el modelo de simulación de todos los posibles indígenas anteriores a la Etnología. Así, el modelo se concede el lujo de encarnarse más allá de sí mismo en la “bruta” realidad de estos indígenas que han enteramente reinventado – salvajes que están en deuda con la Etnología por seguir siendo aún unos salvajes: qué giro de los eventos, qué triunfo para la ciencia que parece dedicada a su ¡destrucción!
Por supuesto, estos salvajes son póstumos: congelados, criogenizados, esterilizados, protegidos hasta la muerte, ellos se han convertido en fuente de referencia de los simulacros, y la ciencia se ha hecho pura simulación. La misma verdad sostenida por Cruesot, al mismo nivel de un museo “abierto” donde se ha museificado in situ, como un “histórico” testigo de su período, barrios enteros de la clase trabajadora, vívidas zonas metalúrgicas, una entera cultura, hombres, mujeres, y niños incluídos – gestos, lenguajes, costumbres fosilizadas, vivas como en una instantánea. El museo, en vez de ser circunscrito como un sitio geométrico, ahora esta en cualquier lugar, como una dimensión de la vida. De esta manera, la Etnología, que hasta cierto punto se ha circunscrito como un ciencia objetiva, hasta hoy, liberada de su objeto, se ha dedicado a toda las cosas vivientes y en hacerse invisible, como una omnipresente cuarta dimensión, así como el simulacro. Todos somos Tasaday, indígenas que nuevamente hemos vuelto a ser lo que ellos eran – simulacro de indígenas que proclaman la última verdad universal de la etnología.
Todos nos hemos convertido en vívidos especímenes a la luz de la espectral etnología, o de la antietnología, la cual no es sino la forma pura de la triunfal etnología, bajo los signos de la muerte de las diferencias, y de la resurección de las diferencias. Es así, muy ingenuo buscar la etnología en los salvajes o en algún lugar del Tercer Mundo – siendo que esta se encuentra aquí, en cualquier lugar, en la metrópolis, en la Comunidad Blanca, en un mundo completamente catalogizado y analizado, por ende artificialmente resucitado bajo el auspicio de lo real, en un mundo de simulación, de alucinación de la verdad, del chantaje de lo real, del asesinato de cada forma simbólica y de su histérica, histórica retrospectiva – un asesinato del cual los salvajes, la agradecida nobleza, estaban entre las primeras víctimas, pero que por mucho tiempo se ha extendido a las sociedades de occidente.
Pero en el mismo aliento la Etnología nos concede una única y final lección, el secreto que mata esto (y el cual los salvajes conocían mejor que la Etnología): la venganza de la muerte.
El confinamiento del objeto científico es igual que el confinamiento de la locura y la muerte. Y precisamente como toda sociedad está irremediablemente contaminada por este espejo de locura que se ha levantado, ciencia que no puede ayudar pero que muere contaminada por la muerte de este objeto que es su espejo inverso. Ciencia que domina los objetos, pero que confiere a los objetos profundidad, de acuerdo a una inconsciente reversión, la cual sólo da muerte y circular respuesta a la muerte y circular interrogación.
Nada cambia cuando la sociedad quiebra el espejo de la locura (suprime el asilo, cede el discurso a la insanidad, etc.) ni cuando la ciencia parece quebrar el espejo de su objetividad (borrándose antes que su objeto, como en Castaneda, etc.) y desmoronarse ante las “diferencias”. La forma producida por el confinamiento es seguida por un innumerable, difractado, retrasado mecanismo. Así como la Etnología colapsa como institución clásica, esta sobrevive en una Antietnología cuya tarea es reinyectar la ficción de diferencia, la salvaje ficción por todas partes, para ocultar que nuestro mundo, a su manera, nuevamente se ha hecho salvaje, devastado por la diferencia y la muerte.
De la misma manera, con el pretexto de salvar el original, se les prohíbe a los visitantes que entren a la cueva Lascaux, sin embargo, una réplica exacta fue construida a quinientos metros de esta, cualquiera podría verla (echar un vistazo, a través de la mirilla, a la auténtica cueva, y luego visitar la nueva cueva completamente reconstituida). Es posible que la memoria de las grutas originales, se queden estampadas en las mentes de las futuras generaciones, pero desde ahora en adelante ya no hay ninguna diferencia: la duplicación es suficiente para representar artificialmente a ambas.
Del mismo modo, la ciencia y la tecnología estuvieron recientemente mobilizadas en salvar la momia de Ramses II, después que esta fue dejada descomponiéndose por varias docenas de años en las profundidades de un museo. Occidente está asido con pánico al pensamiento de no poder salvar el orden simbólico que ha sido capaz de conservar por cuarenta siglos, pero fuera de la vista y lejos de la luz del día. Ramses no significa nada para nosotros. Sólo la momia es de un inestimable valor porque esta garantiza el significado que tiene la acumulación. Nuestra entera cultura lineal y acumulativa colapsa si nosotros no podemos conservar el pasado a la vista de todos. Para este fin los faraones deben ser presentados fuera de sus tumbas y las momias sacadas de su silencio. Para este fin ellos deben ser exhumados y honrados con honores militares. Ellos son presa de la ciencia y los gusanos. Solo el secreto absoluto les garantiza el milenario poder – la habilidad corrosiva que expresa el poder del ciclo completo de intercambio con la muerte. Nosotros solo sabemos como poner nuestra ciencia al servicio de la restauración de una momia, esto quiere decir, restaurar el orden visible, en tanto que el embalsamamiento fue un esfuerzo mítico por procurar inmortalizar una dimensión oculta.
Nosotros requerimos un pasado visible, un continuo visible, un visible mito de origen, el cual nos reasegure nuestro fin. Porque finalmente nunca hemos creído en ello. ¿De dónde viene esta histórica escena de la recepción de la momia en el aeropuerto Orly. ¿Por qué? ¿Por qué Ramses fue un gran despótico y una figura militar? Ciertamente. Pero mayoritariamente porque nuestra cultura sueña, detrás de este difunto poder que trata de anexar, de un orden que nada habría tenido que ver con el nuestro, sueña con este orden porque aunque exterminado puede ser exhumado como su propio pasado.
Estamos fascinados por Ramses como el Renacimiento Cristiano lo estuvo por los Indios Americanos, esos (¿seres?) humanos que nunca habian conocido el mundo de Dios. Por eso,  al comienzo de la colonización, hubo un momento de estupor y perplejidad ante la mera posibilidad de que escaparan de la ley universal del Evangelio. Habían dos posibles respuestas. Se admitía que esta Ley no era universal, o se exterminaba a los indios para borrar la evidencia. En general, uno se conforma en convertirlos, o incluso simplemente descubrirlos, lo cual bastaría para exterminarlos lentamente.
Así, como habría sido suficiente exhumar a Ramses para asegurar su exterminación mediante su museomificación. Porque las momias no se descomponen a causa de los gusanos: ellas mueren por ser trasplantadas desde un lento orden simbólico, dueño de la putrefacción y la muerte, a un orden histórico, científico, y de museos, nuestro orden, el cual ya no es dueño de nada, el cual sólo conoce como condenar lo que le precede para descomponerse y morir y subsecuentemente tratar de revivirlo a través de la ciencia. Irreparable violencia hacia todo secreto, la violencia de la civilización sin secretos, aborrecimiento de toda una civilización hacia sus propios cimientos.
Al igual que la etnología, la cual finge desprenderse de su objeto para asegurarse una forma pura superior, la desmuseificación es sólo otro espiral en la artificialidad. Testimonio de esto es el monasterio de Saint – Michel de Cuxa, el cual será repatriado a un gran costo desde el monasterio en Nueva York para ser reinstalado en “su sitio original”. Y cualquiera está dispuesto a aplaudir esta restitución (como hicieron con “¡la campaña experimental de llevar de vuelta las veredas a los Campos Eliseos!). Bien, si la exportación de las cornisas fue en efecto un acto arbitrario, si el monasterio en Nueva York es un mosaico artificial de todas las culturas (siguiendo la lógica del capitalismo de centralizar los valores), su reimportación a su sitio original es incluso más artificial: es un total simulacro que se une a la “realidad” a través de una completa circunvolución.
El monasterio debería quedarse en Nueva York en su ambiente simulado, donde al menos se ve menos ridículo. Repatriarlo no significaría sino un subterfugio complementario, actuando como si nada hubiera sucedido y complaciendo una alucinante retrospectiva.
De la misma manera, los americanos se sienten halagados de haber traído de vuelta a la población de indios a los niveles de la preconquista. Sólo que borraron todo y empezaron sobre ello. Ellos incluso se sienten alagados de hacerlo mejor, excediendo el número original. Esto es presentado como una prueba de la superioridad de la civilización: esto producirá más indios de lo que ellos estaban dispuestos a hacer. (con siniestra burla, esta sobreproducción nuevamente significa la destrucción de ellos: para la cultura indígena, como toda cultura tribal, descansa en las limitaciones del grupo y la negativa de cualquier “ilimitado” incremento, como puede ser visto en el caso Ishi. En este sentido, su “promoción” demográfica es sólo otro paso hacia la exterminación simbólica.)
En cualquier lugar, nosotros vivimos en un universo extrañamente similar al original – las cosas son duplicadas por su propio escenario. Pero esta duplicación no significa, tradicionalmente por así decirlo, la inminencia de su muerte – ellos ya purgaron su muerte, y mejor que cuando ellos estaban vivos; más alegremente, más auténtico, a la luz de su modelo, como los rostros en una funeraria.


No hay comentarios:

Publicar un comentario