Lo hiperreal y lo imaginario
Disneylandia es un perfecto modelo de todo los intrincados órdenes de simulacro. Es primero que todo un juego de ilusiones y fantasmas: los Piratas, la Frontera, el Mundo del Futuro, etc. Este mundo imaginario está dispuesto a asegurar el éxito de la operación. Pero lo que atrae a la mayoría de la multitud es sin duda el microcosmo social, religioso, el miniaturizado placer de la América real, constreñido y alegre. Algunos estacionan al aire libre y hacen fila, mientras se es completamente abandonado a la salida. La única fantasmagoría en este imaginario mundo de mentira en medio de la ternura y afecto de la multitud, y de la cantidad y excesivo número de artilugios necesarios para crear el multitudinario efecto. En contraste con la absoluta necesidad de estacionamientos – un verdadero campo de concentración – es total. O, mejor dicho: adentro, una entera panoplia de magnetizados artilugios dirigidos al flujo de la multitud – afuera, la atención está dirigida a un sólo artilugio: el automóvil. Por una extraordinaria coincidencia (pero esta deriva sin duda del encantamiento inherente a este universo), este mundo infantil congelado ha sido fundado, concebido y realizado por un hombre que se encuentra criogenizado: Walt Disney, quien espera su resurrección mediante un incremento de la temperatura en 180 grados centigrados.
De este modo, en cualquier lugar de Disneylandia el objetivo de la descripción de América, bajo la morfología de los individuos y de la multitud, es conducido. Todos sus valores son exaltados por la miniatura y las tiras cómicas. Embalsamados y pacificados. De lo cual la posibilidad de un análisis ideológico de Disneylandia (L. Marin hizo esto muy bien en Utopiques, jeux d’espace [Utopías, juego de espacio]): resume la manera de vida Americana, panegírico de los valores de América, idealizada transposición de una realidad contradictoria. Ciertamente. Pero algo más que estas máscaras y esta “ideología” cubre con un manto aquellos propósitos, como ocultos por una simulación de tercer orden: Disneylandia existe para esconder ese país “real”, toda esa América “real” que es Disneylandia (como un trozo de prisión que esconde el hecho que la sociedad en su totalidad, en su banal omnipresencia, esta encarcelada). Disneylandia es presentada como un imaginario para hacernos creer que el sueño es real, mientras que Los Angeles y la América que la rodean dejan de ser reales, pero pertenecientes al orden hiperreal y al orden de simulación. Ya no es una cuestión de una falsa representación de la realidad (ideología), pero de encubrimiento del hecho que lo real ya no es real, salvando así el principio de realidad.
La imaginaria Disneylandia no es ni verdadera ni falsa, esta es una máquina de disuasión montada para rejuvenecer la ficción de lo real en el campo opuesto. De ahí la debilidad de este imaginario, su infantil desgeneración. Este mundo quiere ser infantil con el fin de hacernos creer que los adultos están en otra parte, en el mundo “real”, y encubrir el hecho que el verdadero comportamiento infantil está en todas partes – es decir que son los adultos los que vienen aquí a representar el papel de niños para fomentar la ilusión en cuanto a su real comportamiento infantil.
De cualquier modo, Disneylandia no es el único lugar. El Pueblo Encantado, la Montaña Mágica, el Mundo Marino: Los Angeles está rodeada por estas estaciones imaginarias de poder que alimentan la realidad, la energia de lo real dirigida hacia una ciudad cuyo misterio es precisamente que ya no existe, pero si una red de incesante, circulación irreal – una ciudad de increíbles proporciones pero sin espacio, sin dimensión. Tal como estaciones de poder eléctrica y atómica, tal como estudios de cine, esta ciudad, inexistente, aunque si un inmenso escenario y una perpetua toma panorámica, necesita de este viejo imaginario como un sistema nervioso simpático de ficticias señales de infancia y falsos fantasmas.
Disneylandia: un espacio de regeneración de lo imaginario como las plantas de reciclaje de basura que están en todos partes, incluso aquí (Francia). Actualmente, en cualquier lugar, uno debe reciclar la basura, los sueños, los fantasmas, la historia, como las hadas, el legendario imaginario de niños y adultos es una fábrica de desperdicios, el primer gran excremento tóxico de una civilización hiperreal. En un nivel mental, Disneylandia es el prototipo de esta nueva función. Casi todos los institutos de reciclaje de lo sexual, psíquico, somático, que proliferan en California, pertenecen al mismo orden. Las persona ya no se miran la una a la otra, para eso hay instituciones. Las personas ya no se tocan la una a la otra, para eso hay contactoterapia. Las personas ya no caminan, pero van a trotar, etc. En cualquier parte uno recicla facultades pérdidas, o cuerpos pérdidos, o la pérdida de la sociabilidad, o la pérdida del gusto por la comida. Uno reinventa penurias, ascetismos, desvanecencia violenta de la naturalidad: comida naturista, comida macrobiótica, yoga. La idea de Marshall Sahlins de la economía de mercado, y no de la naturaleza en su totalidad, esta secreta penuria, es verificada, pero en un segundo nivel: aquí, en los sofisticados confines de una triunfal economía de mercado es reinventada una penuria/signo, una penuria/simulacro, un simulado comportamiento subdesarrollado (incluyendo la adopción del dogma Marxista) que, con la apariencia de ecología, de crisis energética y de crítica del capital, agrega un final de esotérica aureola al triunfo de la cultura esotérica. Sin embargo, tal vez una catastrofe mental, una implosión e involución mental sin precedentes al acecho de un sistema de este tipo, cuyo signo visible podría ser esta extraña obesidad, o la increíble coexistencia de la más bizarras teorías y prácticas, las cuales corresponden a una improbable coalición de lujo, paraíso, y dinero, dirigido a una improbable y lujosa materialización de la vida y contradicciones aún no descubiertas.
Encantamiento político
Watergate. El mismo escenario que en Disneylandia (consecuencia de un imaginario ocultamiento de que la realidad ya no existe fuera sino que dentro de los límites de un perimetro artificial): aquí el efecto oculto del escándalo fue que no hay diferencia entre los hechos y su denuncia (idéntico método por parte de la CIA y de los periodistas del Washington post). La misma operación, tendiente a regenerar a través de un escándalo un principio moral y político, a través de lo imaginario, hundiendo el principio de realidad.
La denuncia del escándalo es siempre un homenaje a la ley. Y Watergate en particular fue exitoso en imponer la idea de que Watergate fue un escándalo – en este sentido fue una prodigiosa operación de intoxicación. Un amplia dosis de moralidad política reinyectada a escala mundial. Uno podría decir junto a Bourdieu: “La esencia de cada relación de fuerza es disimularse como tal y adquirir toda su fuerza sólo porque se disimula como tal,” lo siguiente entendido como: el capitalismo, sin escrupulos e inmoral, sólo puede funcionar detrás de una superestructura moral, y quien reviva esta moralidad pública (a través de la indignación, denunciación, etc.) trabaja espontáneamente para el capitalismo. Esto es lo que los periodistas del Washington Post hicieron.
No obstante, esto podría no significar sino la fórmula de la ideología, pero cuando Bourdieu dice esto, el toma la “relación de fuerza” por la verdad de la dominación política, y él mismo denuncia esta relación de fuerza como escándalo – de esta manera él se encuentra en la misma posición determinista y moralista que los reporteros del Washington Post. El hace el mismo trabajo de purgar y revivir el orden moral, un orden de verdad en el cual la verdadera violencia simbólica del orden social es engendrado, completamente fuera de toda relación de fuerza, las cuales sólo cambian su configuración mediocre en la conciencia moral y política del hombre.
Todo lo que el capitalismo nos pide es recibir esto como algo racional o combatirlo en nombre de la racionalidad, recibir esto como algo moral o combatirlo en el nombre de la moralidad. Por que son lo mismos, lo cual puede ser pensado de otra manera: formalmente uno trabajo para disimular el escándalo – hoy en día uno trabaja para ocultar que no hay nada.
Watergate no es un escándalo, es lo que se debe decir a todo costa, porque todo el mundo esta ocupado en ocultar, esta disimulación enmascarada de una sólida moralidad, de una moral aterrada como una aproximación a la primitiva (mise en) scene del capitalismo: su instantánea crueldad, su incomprensible ferocidad, su fundamental inmoralidad – lo que es escandaloso, inaceptable para el sistema moral y económico de equivalencias del axioma del pensamiento de izquierda, desde las teorías de la Ilustración hasta el Comunismo. Una imputación de este pensamiento al contrato del capitalismo, pero que no impone una condena – es nada más que una mostruosa empresa sin escrupulos. Este es un pensamiento “iluminado” que aspira al control sobre esto mediante la imposición de reglas. Y todas las recriminaciones que reemplazan el pensamiento revolucionario hoy en día, vuelven a incriminar al capitalismo por no seguir las reglas del juego. “El poder es injusto, su justicia es una clase de justicia, el capitalismo nos explota, etc.” – como si el capitalismo estuviera vinculado por contrato a la reglas de la sociedad. Es la Izquierda que tiende el espejo de equivalencia al capitalismo con la esperanza de que obedezca, cumpla con esta fantasmagoría de contrato social, desempeñando sus obligaciones hacia toda la sociedad (gesto simbólico, no necesario mediante la revolución: basta con que el capitalismo se ajuste a una formula racional de intercambio).
El capitalismo, de hecho, nunca estuvo vinculado por un contrato a la sociedad que domina. Es un hechizo de las relaciones sociales, es un desafío para la sociedad, y también debe ser respondido. No es un escándalo que sea denunciado de acuerdo a la racionalidad moral y económica, pero un desafío aceptarlo de acuerdo a la ley simbólica.
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