THE MATCH IS ON


Este blog está inspirado en los territorios cinemáticos-comunitarios del boxing “Rocco e i suoi fratelli” (Luchino Visconti, 1960), y pretende dar rienda suelta al espectrum literario-crítico local y global, así como a todas las bestialidades estéticas-artísticas del sujeto moderno, deacuerdo a ciertas prácticas y prescripciones de pelea discursiva como la ironía, el sarcasmo, la parodia y la sátira.


Bievenido Welcome Benvenuti

7 de octubre de 2011

El mundo por de dentro de Francisco de Quevedo



ROCCO
El discurso El mundo por de dentro (1612) plantea cuatro temas fundamentales: la revelación oculta tras las apariencias engañosas, el escepticismo hacia los sentidos, las deducciones precipitadas, y la alegoría sobre la existencia humana.
En lo referente a la estructura y tema, el discurso El mundo por de dentro no representa, de ninguna manera, un más allá o mundo de los muertos, por lo que no es un sueño propiamente tal. Aunque es el más estable de los restantes textos pues mantiene su título, y sigue un camino propio y original en relación a los demás sueños, en términos de consecuencia y unidad de pensamiento.
Desde un punto de vista estructural, los sueños “no son sólo pseudonarraciones y pseudodiálogos sino también, aunque en mucho menor grado, pseudodramas narrados” (Nolting 87-88). Este planteamiento se ajusta al argumento de la historia, el cual puede ser definido como seudodiálogo: un joven narrador poeta, orientado por el Desengaño, que se le presenta en la figura de un viejo desenmascarador, suerte de oráculo, observan el desfile de los transeúntes en la calle de la Hipocresía. El discurso termina abruptamente con el ataque a la mujer artificial, y continúa en la versión de Juguetes de la niñez (1631), donde se muestra lo que cada uno es y hace detrás del velo de las apariencias.
Por una parte, tenemos al narrador joven (aprendiz) que con prudencia reflexiona sobre todo aquello que es ficticio y engañoso; y por otra, el Desengaño (maestro) que destruye la ilusión para mostrar la realidad. Es decir, uno que describe lo que ve de las cosas, lo que aparentan ser, y otro que muestra y enseña el revés de las cosas, lo que realmente son. Sin embargo, ¿qué existe detrás de este discurso alegórico sobre la muerte y las apariencias? ¿Qué desea expresar el autor? ¿Qué esconden las apariencias? La respuesta es la presencia del mal, de los vicios, las actitudes hipócritas, la miseria del hombre en su vida cotidiana. Hay una presencia del mal en este discurso que se expresa a través del motivo de las apariencias que esconden, confunden y distraen al espectador o lector. Como lo expresa el viejo Desengaño en sus diálogos con el joven narrador: “De suerte que todo el hombre es mentira por cualquier parte que le examinéis, si no es que, ignorante como tú, crea las apariencias. ¿Ves los pecados? Pues todos son hipocresía, y en ella empiezan y acaban, y de ella nacen y se alimentan la Ira, la Gula, la Soberbia, la Avaricia, la Lujuria, la Pereza, el Homicidio y otros mil” (Quevedo 282). En otras palabras, “un repertorio casi completo de los temas tradicionales del desprecio del mundo... el lugar de los siete pecados capitales... y de las malas compañías, que inducen al hombre al mal” (Nolting 178-79).
No obstante, ¿cómo se propone mostrar Quevedo lo que hay detrás de las apariencias? A través de las herramientas retóricas que provee el lenguaje para develar los aspectos del ser humano que están ocultos y que permanecen esquivos a los sentidos; es decir, la crítica ácida e incisiva de la realidad, el dominio del lenguaje en sus formas satíricas, burlescas, irónicas, y cínicas que refuerzan y multiplican lo dicho por el autor. 
Quevedo muestra “una realidad o una expresión invertida, pero, esencialmente, el lector sabe que ella no es la que debiera ser, que detrás de la apariencias, se oculta la realidad que debemos descubrir: que el significado de la frase que leemos no es el que ofrece a primera vista, que hay que hurgar en el párrafo para ver lo que se oculta detrás” (Gómez 87). Por sobre todo, la representación de la realidad en su forma humana o como objeto de una idea abstracta, es decir, el uso de la alegoría como recurso estilístico propio del período de la Edad Media y el Barroco; recurso estilístico que “se basa en los modelos genéricos de visión y auto sacramental... [donde] el pecador... hace examen de conciencia y es llevado al arrepentimiento por las amonestaciones de un sabio anciano” (Nolting 76-77).
En este mundo de hipocresías, vanidades y engaños, simulaciones y simuladores, solo el desengaño y la orientación hacia las verdades fundamentales de la muerte y la conciencia sobre la fugacidad de la vida permiten encontrar el camino apropiado, como advierte el viejo al joven narrador: “Por necio tengo al que toda la vida se muere de miedo que se ha de morir y por malo al que vive tan sin miedo della como si no la hubiese, que este lo viene a temer cuando lo padece, y embarazado con el temor, ni halla remedio a la vida ni consuelo a su fin. Cuerdo es solo el que vive cada día como quien cada día y cada hora puede morir” (Quevedo 275).
La muerte, en este sentido, no se refiere a un estado o a un evento. La muerte como estado es el opuesto a la vida; la muerte como evento es el fin de la vida, que se opone al nacimiento. Tampoco hay una intención por parte del autor de ver el evento de la muerte como la culminación de la vida en un organismo vivo, o ver el estado como lo que sucede ha dicho evento, y como consecuencia, la irreversibilidad inherente a la muerte. Al contrario, Quevedo explora en este discurso la meditación filosófica sobre la muerte, el contemptus mundi “que surge de la conciencia de la fugacidad del mundo y de la vida, [y que] tiene también sus raíces en la filosofía estoica” (Nolting 177-78).
El problema del mal surge de la suposición de que un Dios benevolente no permitiría la existencia del mal ni del sufrimiento en el mundo, y que un Dios omnisciente y todopoderoso debería ser capaz de arreglar el mundo según sus propias intenciones. Como el mal y el sufrimiento existen, puede parecer que Dios quiere o permite que existan, por lo que no es perfectamente bueno; no es omnisciente porque no se percata de todo el mal y sufrimiento del mundo; o no es todopoderoso ya que no puede arreglar el mundo para eliminar de raíz el mal y el sufrimiento.
El mal es un concepto que describe lo que es moralmente incorrecto, corrupto, destructivo, egoísta y perverso. Su opuesto es el bien, junto a la cual forma una dualidad presente en todas las culturas conocidas. En general, la distinción de la maldad implica una jerarquía de estándares morales en cuanto al comportamiento humano, dentro de la cual la maldad es el menos deseado y el amor es el más importante. Para Proclus el mal “is by nature unsteady and unstable” (70), pero a su vez “oblivion and ignorance, which come about by looking at that which is dark and not intellectual” (75).
Proclus afirma que si un animal se transforma en un zorro en vez de un león, aminorando su virilidad y naturaleza altiva, o si se vuelve cobarde en lugar de belicoso, abandonando la virtud que le es naturalmente propia, implica una evidencia “that in these [beings], too, there is evil”(76). Algo similar ocurre en el discurso de El mundo por de dentro, con respecto a la naturaleza de los oficios, cuando el viejo Desengaño enumera los oficios que aparentan ser lo que no son, mientras caminan por la calle de la Hipocresía: “El zapatero de viejo se llama entretenedor del calzado. . . el mozo de mulas, gentilhombre del camino. . . el verdugo se llama miembro de la justicia. . . las putas, damas. . . Así que ni son lo que parecen ni lo que se llaman, hipócritas en el nombre y en el hecho” (Quevedo 280-81). Hay en esta enumeración caótica la privación de la disposición virtuosa del ser por la disposición desviada del mal en sus apariencias, en sus múltiples manifestaciones y formas de existencia.
El modo de “existencia parasitaria del mal” (Proclus 94) contribuye en a expresar la diferencias entre pecadores e hipócritas: “Todos los pecadores tienen menos atrevimiento que el hipócrita, pues ellos pecan contra Dios, pero no con Dios ni en Dios, mas el hipócrita peca contra Dios y con Dios, pues le toma por instrumento para pecar; y por eso, como quien sabia lo que era, y lo aborrece tanto sobre todas las cosas” (Quevedo 283).
Como se ha mencionado, el mal y su presencia en El mundo por de dentro, entendido como privación de lo naturalmente propio, y por lo tanto del aspecto bueno del ser y de la necesaria belleza de la creación según la Biblia; conlleva a su vez las consecuencias propias que acarrea la libertad: la voluntad del hombre para elegir. Esto se observa particularmente en el pasaje en que el viejo Desengaño se dirige al joven: “todos los pecados son malos, eso bien lo confiesas, y también confiesas con los filósofos y teólogos que la voluntad apetece lo malo debajo de razón de bien, y que para pecar no basta la representación de la ira ni el conocimiento de la lujuria, sin el consentimiento de la voluntad, y que eso para que sea pecado no aguarda la ejecución, que solo la agrava más, aunque en esto hay muchas diferencias... claro esta que cada vez que un pecado destos se hace, que la voluntad lo consiente y le quiere; y según su natural no pudo apetecelle sino debajo de razón de algún bien” (Quevedo 282-83).
En lo que se refiere a la existencia del mal y la voluntad, San Agustín en La Ciudad de Dios (413-426) señala refiriéndose a los Maniqueístas que “if they had held, according to sound Christian teaching, that the soul, which could change for the worse through free choice, and could be corrupted by sin, is not a part of God, nor of the same nature as God, but is created by him, and is far inferior to its creator” (Larrimore 56). Es decir, la expresión del mal a través de los intersticios de la voluntad, el consentimiento en plena facultad de los sentidos del pecado, la conciencia de ser y hacer, y sus probables consecuencias terrenas y ultraterrenas.
San Agustín precisa la relación entre el mal y la voluntad (libre albedrío) en lo que se refiere a sus causas: “If you try to find the efficient cause of this evil choice, there is none to be found. For nothing causes an evil will, since it is the evil will itself which causes the evil act; and that means that the evil choice is the efficient cause of an evil act… it follows that it is not the inferior thing which causes the evil choice; it is the will itself, because it is created, that desires the inferior thing in a perverted and inordinate manner” (58).
En la Ciudad de Dios, San Agustín arriba a la determinación que se corresponde con el pensamiento de Proclus en lo que se refiere a la imperfección como uno de los rasgos fundamentales del mal: “The truth is that one should no try to find an efficient cause for a wrong choice. It is not a matter efficiency, but of deficiency; the evil will itself is not effective but defective... to try to discover the causes of such defection – deficient, not efficient causes – is like trying to see darkness or to hear silence”(60). En otras palabras, las perversiones y distorsiones del mal presentes en el discurso, su naturaleza defectuosa puesta en juego, la expresión del mal en su transparencia y múltiples máscaras: las señales, los caminos de la izquierda, de la perdición; ¿cuán cerca se encuentra el individuo de los vacíos y hiatos que el mal extiende en la existencia del hombre?
El mal en El mundo por de dentro asume el modo de la simulación, entendida como el fingir ser lo que no se es mediante las apariencias externas que implican una ausencia con respecto a lo que se intenta aparentar ser. La máscara de una ausencia de una profunda realidad: la representación juega al ser y la apariencia, el orden de la brujería. La maquinación del mal en su máxima expresión disuasiva muestra el funcionamiento del aparato del mundo representado en su revelación y desengaño. Sin embargo, sólo la alegoría sobre la existencia humana permite acceder a este mundo de simuladores.
La apariencia es la forma que adopta el mal en El mundo por de dentro en sus múltiples oficios: la apariencia juega al mal mediante la alegoría. Por esta razón, Quevedo hace uso de ella por que es la forma más adecuada de expresar el mal en sus variadas e infinitas modalidades: “Indeed, good is the measure of all thing, their boundary, limit and perfection. That is why evil is unmeasuredness, absolute unlimitedness, imperfection and indeterminateness” (Proclus 80).
Los pensamientos del joven narrador sobre el mundo expresan esta incapacidad de medir lo absolutamente ilimitado, imperfecto e indeterminado: “El mundo... pónese delante mudable y vario, por que la diferencia es el afeite con que más nos atrae... con esto acaricia nuestros deseos, llévalos tras sí, y ellos a nosotros.” El narrador confiesa su atracción y debilidad ante este mundo laberíntico, mediante la tentación de los sentidos: “pues cuando más apurado me había de tener el conocimiento de estas cosas, me hallé todo en poder de la confusión, poseído de la vanidad de tal manera que en la gran población del mundo, perdido ya, corría donde tras la hermosura me llevaban los ojos… y en lugar de desear la salida al laberinto, procuraba que se me alargase el engaño” (Quevedo 274).
El discurso subversivo y laberíntico del mal que Quevedo despliega en su obra es una síntesis, una contradicción, una tensión entre la época del renacimiento (orden, simetría, claridad, univocidad, y unidimensionalidad) y la época barroca (caos, oscuridad, multívocidad y multidimensionalidad) de la representación artística de la realidad: la salida al laberinto y el juego del desengaño. Quizás, la única manera de aproximarse a una obra compleja como la de Quevedo, es mediante una síntesis y entendimiento de las contradicción propias de una obra barroca en el contexto de la contrarreforma. Y así evitar arribar a un entendimiento sesgado de la obra quevediana, a una visión subjetiva y tendenciosamente ideológica.
Obras citadas
Arellano, Ignacio Ayuso. Poesía satírica burlesca de Quevedo. Barañain-Pamplona: Navarra UP, 1984. 
Castelli, Enrico. De lo demoníaco en el arte. Santiago: Universidad de Chile, 1963.
Díez Borque, José María. Comentario de textos literarios: método y práctica. Playor: Madrid, 2001. 
Duran, Manuel. Francisco de Quevedo. Madrid: Edaf, 1978.
Gómez-Quintero, Ela Rosa. Quevedo, hombre y escritor en conflicto con su época. Barcelona: Universal, 1978. 
Larrimore, Mark. The Problem of Evil: A reader. Malden: Blackwell, 2001. 
Lida, Raimundo. Prosas de Quevedo. Barcelona: Crítica, 1981.
Nietzsche, Frederic. Más allá del bien y del mal. Madrid: Alianza, 2001. 
Nolting-Hauff, Ilse. Visión, sátira y agudeza en los Sueños de Quevedo. Madrid: Gredos, 1974.
Proclus. On the Existence of Evils. Ithaca: Cornell UP, 2003.
Quevedo, Francisco de. Los sueños. Madrid: Cátedra, 1991. 
Rotterdam, Erasmo de. Elogio de la locura. Madrid: Alianza, 1998.

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